domingo, 9 de septiembre de 2007

Gustavo Pascaner

Demasiado tarde

Había salido tarde de su casa. Iba camino al banco por unos trámites urgentes. Se le había presentado una gran oportunidad y no podía desperdiciarla. Le quedaban escasos y cortos minutos antes de que el reloj diera las tres y perdiera la posibilidad de entrar al recinto financiero. Un mendigo se le cruzó en el camino y le pidió unas monedas. No se las dio. Las veloces agujas le pisaban los talones. Corrió hasta el final de la cuadra, cruzó apresuradamente la calle sin prestar mucha atención y llegó a destino. Eso fue lo último que recordaba.
Ahora ya no importaba el dinero, ni los trámites, ni los planes a futuro. Su suerte estaba echada.
Descansaba profundamente y en sus sueños las imágenes se sucedían sin pausa, ni orden. Primero un charco de sangre. Gritos. Luego una carpeta con papeles dentro. Una sirena. La frenada ruidosa de un auto. El interior frío de una ambulancia. La puerta del banco que se alejaba y se hacía más pequeña. Mucha dificultad para respirar. Copiosos montones de billetes empaquetados prolijamente cayendo sobre la ya oscura y espesa laguna de sangre. Un dolor fuerte y punzante entre las costillas. La imposibilidad de inflar su pecho para llenarse de aire vital que recurría. El aire espeso e impuro. Y por fin el despertar.
Un olor extraño a tierra húmeda invadía el ambiente. La oscuridad era gruesa e impenetrable. Intentó moverse, pero su estado de incompleta conciencia le impedía a su cuerpo cualquier clase de desplazamiento. Tenía los brazos al costado del cuerpo, pero no respondían a las órdenes enviadas por su sistema nervioso, todavía en estado de reposo. Volvió a respirar con dificultad. La bocanada de aire lo trajo nuevamente a la vida y logró despertarse por completo. El dolor en el costado volvía a aparecer con mayor intensidad. Finalmente logró levantar un brazo, pero chocó rápidamente contra algo duro y macizo. Respiró una vez más e intentó nuevamente mover algún otro miembro de su cuerpo. Esta vez fue su pierna izquierda, pero la suerte fue la misma. Un pensamiento oscuro lo atravesó de lado a lado como el frío acero de un cuchillo clavándose en la carne blanda de su anatomía. Sabía perfectamente en donde se encontraba. Intentó incorporarse para comprobarlo y, esperando que así fuera, se golpeó la cabeza. Su corazón se detuvo un instante y luego volvió a latir. Luego su piel se erizó como si una avalancha de nieve blanca y pura le hubiera caído encima y desesperadamente comenzó a golpear la tapa de su cajón.

Gustavo Pascaner - Buenos Aires

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Vosotros, los europeos, tenéis los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo.
Proverbio africano


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