jueves, 5 de julio de 2007

Analía Pascaner

Barrio chino

Lo supe desde el primer momento. Aquel olor extraño me lo advirtió.
Ayer, la punta de mis pies intentaba tocar el piso mientras sólo atinaba a observar esas manos toscas estropeando el cuello de mi camisa y sus pequeños ojos inyectados en sangre. Y ese olor... ese olor que emanaba desde sus entrañas envolviéndome hasta sentir que mis pensamientos flotaban tanto como mis pies.
Hoy, liberado del olor a opio que Ching Mih Ho desprende a cada paso, alcanzo a comprender que sólo poseo veinticuatro horas para realizar algo que cambie esta situación tiránica. Ya no tolero sus visitas aromáticas solicitando un tributo para permitir que mi familia transite tranquila por el barrio y para preservar a mis hermanas de la prostitución infantil.
El sopor de la lenta caída de la tarde me arroja a estas calles conocidas. Vago sin rumbo fijo. Mis manos pesan dentro de mis bolsillos. Aferro la empuñadura de plata labrada y evoco a mi padre en el preciso instante cuando me entregó el puñal. Hoy no disfruto de los colores brillantes que otras veces distraen mi mente, ni de esos aromas tentadores culpables de mi escaso sobrepeso, ni de las muchachas atractivas que se insinúan a mi paso. Hoy pienso en otra cosa: algo debo hacer… aún no sé muy bien qué es… aunque tampoco creo poseer valor para tomar cualquier decisión. Pero… qué decisión debería tomar?
To Chang me sorprende saliendo de su tienda con rapidez inusual. El terror reflejado en su palidez me alerta. Me guía hacia el interior apretando mi brazo, transmitiendo ansiedad con esos dedos gastados. Su mirada no se separa de mí al cruzar la cortina de cristales claros. Paseo mi vista por la habitación buscando un motivo para justificar el pánico de este hombre calmo y amable. Sin soltar mi brazo y sin articular palabra, me señala la mesa de marfil con incrustaciones de piedras multicolores. En el centro del antiguo mueble, el hermoso cuenco está lleno de galletas de la suerte. Tampoco hablo, sin embargo entre los dos se establece una comunicación tan profunda como la que hemos tenido siempre durante nuestras extensas charlas. Sus ojos penetran en los míos con una mezcla de angustia y urgencia que me inquietan aún más; luego su mirada se dirige hacia la pequeña mesa. Nada extraño observo: tan sólo el mismo cuenco verde repleto de galletas de la suerte. Debajo de la mesa descubro un diminuto papel y un dulce aplastado. Miro al anciano, quien se aferra a mi brazo como a la vida misma y levanto el papel arrugado. Mis manos tiemblan al abrirlo, mi corazón palpita agitado. Leo una y otra vez palabras que no tienen sentido para mí. To Chang toma un lápiz y escribe: “Ching Mih Ho acaba de retirarse y ésa es su suerte”. El anciano me mira con tristeza y abre su boca. Reprimo un grito de horror al ver el interior de su boca ennegrecido y mutilado.
Mi mente se despeja y me siento poderoso. Salgo de la tienda y mis pasos saben a la perfección hacia dónde se dirigen esta vez. Ante la elegante puerta de roble, explico a su matón que poseo la cuota que me reclamaran hace dos días atrás. Un gesto indiferente del hombre vestido de blanco que fuma recostado en un sillón abre todas las puertas. Me reciben algunos dientes de oro tras su sonrisa maliciosa. Esta vez no me dejaré abatir por ese extraño olor, debo mantener mi concentración. El frío del metal me infunde seguridad desde mi bolsillo. Permanezco de pie frente a él y lo observo mientras cada gota de mi sangre hierve con bronca y galopa con valor. Será sencillo: está absolutamente drogado. Pienso en mi padre, quien falleció a manos de sus matones; pienso en mi familia, pienso en toda la gente decente del barrio, y ya no necesito esperar nada más. El puñal se dirige certero hacia su corazón mientras escasos billetes caen con la cadencia de la agonía, mientras esa sonrisa malvada se apaga junto con su vida, mientras sus dientes dorados se deslucen en sorpresa, mientras el tiempo se detiene permitiendo llevar a cabo mi misión. Mis veintitrés años enardecidos por la venganza se escabullen de la sala con rapidez.
Y ya bajo un techo estrellado, sonrío al recordar las palabras leídas en la tienda de To Chang: “Hoy el opio no protegerá tu corazón”. Palabras comunes que al esconderse dentro de las galletas de la suerte adquieren un significado diferente.
Doy vuelta a la esquina y me sorprendo gratamente al observar al etéreo To Chang con su habitual sonrisa calma y oculto bajo las sombras plateadas que desliza la luna. El hombre espía por la ventana.


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Tanto dolor se agrupa en mi costado

que por doler me duele hasta el aliento.
Miguel Hernández

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3 comentarios:

  1. Querida Analía: Además de brindarnos cada mes valiosas páginas de excelente literatura es Usted una gran escritora. Gracias

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  2. Analía : un placer leerte, y un placer tu revista, muy buena selección.
    Te mando un fuerte abrazo desde este sur de frío

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  3. ¡¡¡FELICITACIONES ANALIA¡¡¡ HOY CON UN RATITO MAS DE TIEMPO RECORRI LAS PAGINAS, Y ME HE ENCONTRADO CON MUCHISIMOS AMIGOS A QUIENES INTERPRETO DESDE LOS PROGRAMAS DE RADIO.-
    TAMBIEN DEBO AGRADECERTE LA DEFERENCIA DE COLOCAR NUESTRA SINTONIA EN LA REVISTA.
    TE MANDO UN FUERTE ABRAZO Y ADELANTE, NO BAJAR LOS BRAZOS.
    CORDIALMENTE.
    CARLOS FERNANDEZ

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Analía Pascaner