miércoles, 6 de junio de 2007

Editorial

con voz propia nº 8 - junio 2007


…………….....……Pies, ¿para qué os quiero si tengo alas para volar?
………….....………Frida Kahlo



Invitado oficialmente a solicitar “lo que necesite”, sólo pide libros. De veras, nunca había sabido lo que verdaderamente fuera un libro: la magia de un espíritu brillando en los signos opacos; la de un latido lejano como tibio otra vez entre las páginas.
(Pedido realizado por el general José María Paz cuando permanece preso)
El general Paz y los dos caudillajes, Luis Franco




...............Queridos amigos:


...............Hoy escuchemos otras voces…


Escribir
.......¿Por qué escribo? Por don, por vicio, porque me aburro sin creación, porque juego con los dedos sobre las teclas a inventar detener el mundo en una página.
.......¿Por qué escribo? Como dijo André Gide, “Para que me lean”. Porque quiero llegar al otro, comunicarme, hablarle como si las palabras fueran susurros acariciantes o piedras que lo provoquen.
.......¿Por qué escribo? En fin, porque si no escribiera, mi vida sería un desierto.

Estela Parodi


Escribir es encontrar la voz propia que no es sino el enlace con otras voces de una manera única. Es buscar la original modalidad de insertarse en el enhebrado del lenguaje que nos precede y nos sucederá. Es darle forma al latido de la pulsión que nos incita. El pensamiento no es previo y se lo expresa escribiendo, no sabemos antes de escribir, por eso la alegría de la creación. Conocemos nuestra voz escribiendo y la damos a conocer, porque necesitamos decir algo. Escribir es resistencia contra la banalidad, lucha por inscribir una huella, dejar memoria de lo que va a desaparecer, ir a contracorriente, a contramuerte.

Cristina Villanueva


Elegí vivir aquí. Elegí un amor, unos pocos amigos, mis pipas, la intranquilidad de la poesía.
La compañía de muchos libros amados donde dialogo con mis muertos más queridos.

Jorge Isaías


Escribir es dejar retazos de alma en hojas que dejan de ser blancas, para vestirse con los colores de la palabra. Es poder trocar grises por sueños, atardeceres por rojos gamados. Escribir es encontrar en palabras sueltas el sentido de la vida, trascender más allá de límites físicos y materiales. Es hallar la magia, siempre presente, de cada pequeñez que nos rodea y elevarla a las cimas del ser.

Viviana Álvarez


Un libro no leído es como un libro nunca escrito

Si bien sabemos que la escritura es una invitación a la lectura, ambas forman parte de un acto de comunicación donde escritor y lector se complementan. Todo acto de comunicación está matizado emocionalmente y pasa, de forma inevitable, por el filtro de subjetividad, tanto de quien emite el mensaje como de quien lo recibe. En la interrelación escritor-lector la peculiaridad de la función comunicativa o el modo en que el receptor debe tomar el texto, no es exclusiva del texto literario; cada cual obedece a una función comunicativa específica. Tanto quien escribe como quien lee aportan su ración al producto, por lo que el fruto del acto de escribir, en un plano subjetivo de comunicación, tiene de uno y de otro. Esta comunicación subjetiva que interrelaciona al lector con el texto, y a su vez con quien lo escribe, no es otra cosa que la fusión de dos actos, y el acto de leer pasa a formar parte del acto de escribir desde el punto en que es concebida la escritura una vez que incluye al lector en el proyecto del escritor.

María Eugenia Caseiro


Como un vértigo
Como un sueño arropado en la fantasía del imposible cruzan hoy el ciber espacio, semejando una colorida alfombra mágica, una cantidad de blogs que llevan la literatura hasta las pantallas de tu PC. Resaltados de colores, fotos, dibujos y texturas, los blogs han convertido la ciencia ficción en un placer real. Millones de lectores pueden disfrutar hoy de cuentos, poemarios, novelas y todo lo que tiene relación con el arte de escribir gracias a la magia del www...
¿Acaso estas palabras que estás leyendo, apreciado lector, no son una prueba de que la fantasía es hoy una bienvenida realidad cotidiana...?

Andrés Aldao


* * *

Muchas gracias a todas las personas que me acompañan mes a mes y colaboran de una u otra manera.
Agradezco a Estela Parodi, Cristina Villanueva, Jorge Isaías, Viviana Álvarez, María Eugenia Caseiro y Andrés Aldao, quienes hoy nos brindaron su voz.
Mi agradecimiento especial a Gustavo Vaca Narvaja por sus palabras colmadas de elogios hacia mi trabajo, halagos de los cuales espero ser merecedora. Y sé que comprenderán mi reserva, pues si transcribiera aquí esas palabras, dejaría de ser yo
A todos los escritores, que pasen un buen día.
Les envío un abrazo cálido.

Analía Pascaner



.........................Edición y dirección: Analía Pascaner

.........................San Fernando del Valle de Catamarca
.........................Catamarca – Argentina



Hablar y escribir, contar y pensar, es transcurrir, ir de un lado a otro, pasar. Un texto es una sucesión que comienza en un punto y acaba en otro. Escribir y hablar es trazar un camino: inventar, recordar, imaginar una trayectoria, ir hacia. Al escribir emitimos sentidos y luego corremos tras ellos. El sentido es aquello que emiten las palabras y que está más allá de ellas, aquello que se fuga entre las mallas de las palabras y que ellas quisieran retener, o atrapar. El sentido no está en el texto, sino afuera. Ir a la busca de ese sentido es su sentido.
Octavio Paz

Eduardo Galeano

Para la Cátedra de Literatura

Enrique Buenaventura estaba bebiendo ron en una taberna de Cali, cuando un desconocido se acercó a la mesa. El hombre se presentó, era de oficio albañil.
-A sus órdenes, para servirlo -le contestó Enrique.
-Necesito que me escriba una carta. Una carta de amor.
-¿Yo?
-Me han dicho que usted puede.

Enrique no era especialista, pero hinchó el pecho. El albañil le aclaró que él no era analfabeto:
-Yo puedo escribir. Pero una carta así, no puedo.
-¿Y para quién es la carta?
-Para… ella.
-¿Y usted qué quiere decirle?
-Si lo sé, no le pido.

Enrique se rascó la cabeza.
Esa noche, puso manos a la obra.
Al día siguiente, el albañil leyó la carta:
-Eso –dijo, y le brillaron los ojos-. Eso era. Pero yo no sabía que era eso lo que yo quería decir.


El error

Ocurrió en el tiempo de las noches largas y los vientos de hielo: una mañana floreció el jazmín del Cabo, en el jardín de mi casa, y el aire frío se impregnó de su aroma, y ese día también floreció el ciruelo y despertaron las tortugas.
Fue un error y duró poco. Pero gracias al error, el jazmín, el ciruelo y las tortugas pudieron creer que alguna vez se acabará el invierno. Y yo también.

Del libro Las palabras andantes


La pequeña muerte

No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele. Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman: pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace.

De El libro de los abrazos

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Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.
Eduardo Galeano

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Ketty Alejandrina Lis

La palabra

Es un tramo de tiempo inapresable
un lamento que busca
la mirada del otro y otras manos.
Es silencio vibrando
en su esencia sutil y vigorosa.
Me seducen sus cuentas redondas o alargadas
vocal o consonante.
Sólido son de música silábica
luxando la cresta de una ola
para caer y abrirse, perla perfecta y única
en el único verso que esplende en el poema.


¿Por qué no?

La verdad última
o la última verdad
quizá florezca
en algún camino ciego
que va
............ regresa
y vuelve a ir a lo insondable.
Entonces
¿por qué no
un corto canto de amor
................................. aquí
profundo y breve?


Creación

Si por sentirme hoy serena
con el sereno encanto de la noche
te hablara acerca de la luz inalcanzable del lucero
si hoy te asegurara
que puedo ver los múltiples matices de la luna
y oir cómo un ópalo perfectamente claro
se mece y adormece
sobre la superficie órfica del mar
sé bien que volvería sobre notas repetidas
y no sería éste un tema original.
Pero es incuestionable
que ha sido necesaria una armonía
más alta que la alta cima de un coihue
más calma que un atardecer en las laderas
para crear la belleza que despliega
la luz lunar que espeja en el lucero
y brinca sobre el mar.

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Entre docenas o centenas de escribas que escriben para mimar el sueño o los ensueños del lector, sale uno que se propone despertarlo…
Luis Franco

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Rodrigo Morales

Problemas con los niños

Malena salió de la casita donde vivía con su marido y sus dos pequeños hijos para dar un largo paseo a solas. Estresada por sucesivas e interminables jornadas de tareas maternas, que habían empezado con el nacimiento de su hijo mayor, Malena empezaba a sentir las articulaciones como si las tuviera rellenas de vidrio molido. Al comenzar la jornada había sufrido un desagradable estupor al contemplar su rostro en el espejo del botiquín del baño y descubrir notorias ojeras. Por eso había dejado los niños al cuidado de su marido, que ese día no tenía que trabajar, y había salido sola después de amamantar a la diminuta pero estridente Tania. Confiaba en que un poco de aire, movimiento, soledad y libertad la ayudarían a recuperarse y le procurarían un buen sueño esa noche.
La mañana estaba nublada y calurosa. Era el día en que terminaban las clases: no le sorprendió ver la plaza principal colmada de estudiantes con ánimo festivo, que alfombraban las veredas con hojas arrancadas de sus carpetas y se mojaban como si fuera carnaval. Para huir del bullicio adolescente, se fue alejando progresivamente del centro de la pequeña ciudad hasta llegar al parque, un gran espacio verde donde la gente acudía a practicar deportes. Caminos flanqueados de gramilla, cada vez más silenciosos y apartados, la condujeron al corazón mismo del parque: un pintoresco circuito para bicicletas donde ella y su marido habían llevado a Pablo en cierta ocasión. Con su pañuelo secó el agua de los cerámicos anaranjados que decoraban un banco de concreto y sin respaldo. Se sentó en éste mientras recordaba el solemne golpe que Pablo se había propinado al chocar contra una de sus esquinas. Ahuyentó de encima el mal recuerdo, que sin embargo persistía en la frente de su hijo en una marca con forma de cuña, y notó que estaba totalmente sola en el parque.
Esa madrugada había llovido; se respiraba aire puro y húmedo. La gramilla que tapizaba el suelo estaba mojada, como también las hojas de los árboles cercanos. Se quitó las sandalias que su marido le había comprado en la Navidad pasada, y asentó los pies en el suelo, dejando que el barro se colara por entremedio de sus dedos y le refrescara la planta de los pies. El silencio que la rodeaba se hizo absoluto. Tuvo deseos de echarse sobre la gramilla para recuperar las horas de sueño que los berridos de Tania le habían arrebatado la noche anterior. Pero se contuvo. Tenía un vestido de tela fina, con predominancia de blanco, y no quiso estropearlo. Se conformó con acostarse boca arriba sobre el banco, cuyos cerámicos le transmitieron frío a sus brazos y a la parte de atrás de las rodillas, y cerró los ojos mientras balanceaba en el vacío los pies descalzos, embarrados y con gramilla. Sorprendentemente la dureza del banco resultó más reparadora que el alto y mullido colchón de su cama matrimonial. La columna vertebral se le enderezó como por arte de magia, relajó la máxima cantidad de músculos que le fue posible y respiró hondo. Por primera vez en varias semanas estaba logrando algo aproximado a un descanso.
Así continuó varios minutos, y se habría dormido si no hubiera llegado hasta sus oídos el bullicio adolescente del cual había intentado alejarse en el centro de la ciudad. Mala suerte, pensó. Este lugar es el mejor a la hora de los besitos a escondidas. Sin abrir los ojos intentó calcular cuántos eran, que edad tenían y qué tan cerca de ella estaban.
-Ya tengo que irme –decía una chica.
-Todavía no. Quedáte.
-No. Les estoy pinchando el globo.
-Nada que ver.
Por algún oculto motivo los ojos de Malena se abrieron de par en par al escuchar esa última frase. Antes de mirar a su izquierda ya sabía que eran dos chicas y un muchacho, y que estaban rotundamente calientes. No la habían visto, más por estar entretenidos en sí mismos que por la distancia, que ciertamente no era mucha. Malena veía a las jovencitas de perfil, pero el cuerpo de una de ellas le obstruía la visión del muchacho. Ningún árbol se interponía entre ella y los críos, que no parecían tener más de diecisiete años. Sus camisas escolares, rayoneadas de nombres y garabatos a más no poder, estaban exageradamente mojadas y adheridas al cuerpo.
-No puedo quedarme.
-Hagamos una cosa –insistió el muchacho-. Si ella te saca el broche de la camisa con la boca, te quedás.
Inmóvil, tan rígida como el concreto que le servía de cama, Malena vio como una chica rubia y esbelta permanecía de pie mientras su amiga, morena y robusta, se arrodillaba ante ella. Malena imaginó las rodillas, desnudas bajo la falda plisada, ensuciándose como sus propios pies se habían embarrado hacía unos pocos instantes. El muchacho las miraba inmóvil como una estatua. La jovencita morena asentó el rostro en el vientre de la rubia, y así permaneció unos instantes, pero cuando despegó el rostro Malena no vio el momentáneamente célebre broche entre sus dientes.
-No puedo sacarlo. Es muy difícil hacer esto con los dientes.
-Probá de nuevo –dijo el chico, con una tensión helada en la voz.
La muchachita morena volvió a sumergir la cara en el vientre cubierto a medias por la camisa celeste y rayoneada. Rotó la cabeza en distintos ángulos, pero infructuosamente, porque volvió a sacarla sin nada entre los dientes. Se incorporó con las rodillas tan sucias como Malena las había imaginado.
-Está muy duro –dijo.
-Qué lástima –dijo la rubia-. Me voy a tener que ir, nomás.
-Me merezco una recompensa –dijo la jovencita morena-. Por todo lo que traté de sacarte el broche. ¡Mirá mis piernas!
-¿Qué recompensa querés? –preguntó la rubia.
Abrumada por un espontáneo estremecimiento en los hombros que no logró justificar, Malena movió los labios sin emitir un sonido, pero escuchó que el muchacho pronunciaba las mismas palabras que ella estaba pensando:
-Besála. En la boca.
Fue como si los objetos perdieran sus contornos, el parque se volvió difuso y ondulante, como el despertar de un bello sueño, y algo se deshizo para siempre en el pecho de Malena. El muchacho apoyó las manos en las nucas de sus amigas, sin prepotencia, sin prisa ni dudas, y repitió lo que tanto él como Malena ansiaban ver más que nada en el mundo.
-Bésense en la boca.
Presionó las manos, impulsando con suavidad las cabezas de las chicas hacia un centro imaginario. Ellas se dejaron guiar hasta el punto de contacto, donde sus lenguas se encontraron con avidez y sin pudor. Se besaban calurosamente, con los ojos entornados, con las manos alertas a los costados del cuerpo, con una destreza que demostraba que no era la primera vez que lo hacían. Daba la impresión de que el beso duraría todo lo que el muchacho quisiera, y una temblorosa Malena le rogó a Dios que continuaran. Pero el único dios que estaba en el parque en ese momento era el muchacho, y sin soltar las nucas de sus amigas se unió al beso, repartiéndose entre ambas por igual.
-¡Ay! –gimió Malena, con los ojos brillantes y húmedos-. Pendejos de mierda. ¿Qué me hicieron?
Ellos habían terminado de besarse. No porque se hubieran percatado de su presencia, sino porque las chicas se habían sentido incómodas con la intervención de su amigo.
-Demente –protestó la jovencita morena-. ¿Por qué te metiste? La estábamos pasando bien.
-Ustedes sigan –dijo la rubia-. Yo ya me tengo que ir.
Antes de que la rubia se alejara, Malena se sentó en el banco, se puso las sandalias y se incorporó con rapidez. Ahora los chicos notaron su presencia, y la muchachita morena fue la única que liberó una risita nerviosa; sus dos amigos miraron para otro lado. Sin prestarles atención, porque ya había obtenido lo único que podían darle, Malena empezó a caminar en sentido opuesto a ellos. Se acomodó el pelo, suponiendo que la miraban, y se preguntó si esa mañana su marido también habría tenido problemas con los niños.

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Escribir es una forma particularmente intensa de estar vivo. Los momentos difíciles para mí son los que están entre los momentos en que escribo. En esos momentos deambulo como un hombre muerto; un hombre muerto con una sonrisa cortés.
Steven Millhauser

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Paulina Vinderman

Tan antiguo esto de robar un sueño

Tan antiguo esto de robar un sueño
a alguien que pasa.
El mismo sueño que rueda por entre las mesas
de esta fiesta abandonada.
De esta ciudad vacía de celebraciones
verdaderas.
Nadie posee nada en esta calle.
Las cosas se acumulan
en cajas, en números,
en miedos vigilantes
que se suman como otra cosa más
a las palabras impuestas.
Lo único que existe,
es este sueño oscuro e imperioso
de otra ciudad.
Donde no sea necesario
robar un sueño a alguien que pasa.


Demasiados árboles

Demasiados árboles

confundieron los caminos.
Demasiados incendios
devastaron las huellas
que creí haber dejado impresas para el viaje.
Ahora la libertad elegida
es apenas una prisión en movimiento.
Y el dolor
es una estatua erigida al dolor.
Tuve que crecer para saber quien soy.
Ahora debo olvidar quien soy
para poder crecer.

Ambos poemas pertenecen al libro La otra ciudad

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El lector ideal es un traductor. Es capaz de desmenuzar un texto, retirarle la piel, cortarlo hasta la médula, seguir cada arteria y cada vena, y luego poner en pie a un nuevo ser viviente. El lector ideal no es un taxidermista.
Alberto Manguel

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Raquel Fernández

Ojos Rapanui

...........“A la Isla de Pascua y las presencias
...........salgo, saciado de puertas y calles,
...........a buscar algo que allí no perdí”.
...........Pablo Neruda

Llegué a la isla buscando como tantos
la toma fotográfica perfecta,
la explicación razonable del enigma,
la llave del misterio.
No esperaba encontrarme con mi piel
extraviada hace siglos;
no supe qué hacer con mi desnudez,
no supe qué hacer con tus ojos.
Insurgente fue trepando por mis piernas
la negra mariposa del deseo
que pretendí inmóvil para siempre
atravesada por el púdico alfiler de la rutina.

La isla me sedujo
con sus semblantes abiertos en la piedra,
sus soles ciclotímicos,
sus diminutas lloviznas indecisas,
sus portentosos cráteres dormidos,
pero elegí llevarme tu mirada
entre tantas memorias,
para que existas, secreto, sin saberlo,
de este lado del mundo
-las pupilas morenas buceando en el Atlántico-.
Para que tus ojos lúcidos
me recuerden qué hacer
con esta piel recién recuperada.


Amor Rapanui

Se resbala la noche en la piedra vigía
como el casto ropaje que estorba las pasiones;
se resbala mi cuerpo en tu cuerpo de amante
escandalosamente.
Socavo tus cimientos con el golpe preciso
de este pétalo oscuro que me espesa la boca;
extraigo con mi piel el mineral desnudo
que subyace en tu urgencia.
Aquí el amor parece más solemne y profundo:
en este templo vivo cada emoción innata
multiplica su hondura.

He venido de lejos para parir amores
en el triángulo mínimo donde el alba es distinta,
para impregnar de besos la aurora de Oceanía,
el balanceo rítmico de los glaucos navíos
y las flores trenzadas en vívidos collares.
He venido de lejos para tomar tu mano
y aprender a nombrarte en una lengua extraña,
para tatuar en tu piel domesticada
el cántico tribal de los hombres oscuros.
He venido de lejos para gestar pasiones
y tocar con mi oído reverente
el silencio deslumbrante de la piedra.


Nostalgia

He regresado a la ciudad,
a sus presencias,
a su pulso frenético,
y al mirarme al espejo he descubierto
un resabio de sol en mis mejillas
y un siglo de nostalgia en mi mirada.
Nostalgia de redes y canoas,
de erizos y tortugas,
de vidas vividas con el ritmo
feliz de la marea.
Nostalgia de piedras gigantescas
que cantan en silencio,
de mitos,
de gérmenes fecundos
esparcidos por el Dios que añoró el hombre.

Esta nostalgia que me desordena:
puedo ver los sabores de la isla
y huelo sus colores.
Esta nostalgia que me despalabra:
cómo nombrar aquello que no tengo.
Esta nostalgia que me desdibuja:
deshojo mi piel en una nada
sin cánticos ni peces.

Una diáspora inusual de estrellas
ha convertido la noche ciudadana
en una boca negra.
En la isla soñada,
un niño alza los ojos al cielo
y sonríe gozoso al descubrir
nuevas luces en el firmamento.

Poemas del libro Ojos que miran al cielo, Editorial Amaru, 2007

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El hombre que escribe acerca de sí mismo y de su propia época es el único que escribe acerca de todas las gentes y de todos los tiempos.
George Bernard Shaw

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Gito Minore

Inauguración

Llegó a pie,
trayendo consigo
un pequeño bolso de mano
cargado con unas pocas palabras.
Ella sabía
que, para atormentar,
no era necesario
de la intervención
de muchas artimañas.
Cerró la puerta
a su paso,
acomodó lastres o cuatro pavadas
que daban vueltas
obstaculizando los pasillos
oscuros de mi alma,
recién alquilada.
Y, sin siquiera
calzarse el uniforme,
subió la persiana
y comenzó a despachar
penas al por mayor,
a todo cuanto pasaba.
Trabajó duro.
Solamente se tomó
un respiro
a la hora de la siesta
para contemplar
como el tiempo
se huracanaba volviéndose gris,
el día que la angustia
inauguró una sucursal en mí.


Fuerza íntima

Hay oportunidades
en que sólo
el mero asomo
de una fracción de tu sombra,
un simple hilo del vestido
de tu fantasma,
el más insignificante rastro
pasado de tu imagen,
alcanza
para abrir todas las puertas.
Todas.

Ambos poemas pertenecen al libro Plenilunio

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El que tiene por oficio y herramienta el pensamiento y la palabra, si no conserva su total libertad de conciencia y conducta, es la negación de un escritor como un león enjaulado es la negación de un león en la jungla.
Luis Franco

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Ana María Mopty de Kiorcheff

Clasificados

Gratificaré devolución de palabras perdidas a la vuelta de la esquina. Llevaban trote de perro vagabundo y ojos de pájaros sin nido. Me he quedado sin colores y no puedo iluminar mis sueños. Sólo ando solo vivo.


Todas las noches

Debió convencer primero al visir del rey, su padre; luego a la hermana para que juntas superaran tamaño desafío. Cosa distinta sería organizar mil palabras en más de mil noches. Preparada para la vida o la muerte, se arregló el pelo y la túnica; ensayó sus gestos y las manos, libre de anillos inauguraría historias como sólo ella, Sherezade, lo hacía.


Todos los días son jueves

Entre la pared norte y la pared sur se nos ha instalado una lágrima. Se agranda en un espacio donde temo caer ahogando todo recuerdo grato o esperanza. Si sucumbo ante los golpes de sus aguas, no contestarás a mis llamados. Te quedarás ahí ensimismado, apoyándote en el respaldo de la cama. Será jueves y me iré sin que me pienses, vencida, dominada, conducida por el caudal de sus aguas, absolutamente náufraga.


Ingenuidad

Un hombre, perdido en el cinto de su ropa, se alarma. Piensa cómo pudo perderse su persona. Reconsidera. Medita. Reproduce momentos. Se propone cambiar de ropa. Imposible. Tiene encintada el alma.


La montaña

No he podido peinarme al despertar. Las ideas se cruzaban indomables, rechazando el esfuerzo del cepillo. Fue inútil humedecer, colocar cremas, acomodar con los dedos tantas puntas erizadas. Luego he salido por calles aplanadas, disimulando el desorden de mi alma que galopaba buscando la montaña.


Desocupado

Arrellanado frente a la ventana, el viejo recuerda el tren que antes pasaba por la estación desierta. Casi no han quedado vías y las hierbas crecidas las cubren con salvaje verde. El nieto de cinco años se le acerca con las manos colmadas de piedrecillas grises y se las ofrece para que jueguen, cuando en la ventana se borran también las chimeneas de los ingenios desocupados.


La mano

Menudo habitáculo el colectivo, como para envasar sardinas, dice un pasajero, como piojo en costura, acota la mujer del medio y siguen subiendo en cada esquina, como si nada. Súbita frenada y los cuerpos se inclinan sobre otros cuerpos con olor a humanidad acumulada, cuando una mano toca y un hombre y una mujer que ni una mueca en el momento que la mano busca, recorre sin que la femenina ceja ni siquiera se modifique porque son tres: hombre, mujer, mano hasta otra esquina ¡Qué frenada! Y alguien desciende tirando de su saco, recuperando bolso paraguas para que bajen mujer y mano.


Secuestro

Se busca a un hombre con lanza, casco que arremete contra grupos engañosos del gobierno o piquetes de caminos. Se recomienda cuidado a los opresores, injustos, a los que hacen trabajar en negro y no respetan los acuerdos, también a los que roban a los que reciben sueldos sin méritos ni esfuerzo. Lo describen muy delgado de cuerpo, rostro alargado, recitador de proverbios, sin embargo hace felices a sus lectores.


Textiles

Después de que las prendas vaciaron los cuerpos, se les fueron las tibiezas a las que las tenían acostumbradas. Ellos platicaron un poco, se prodigaron promesas. Se escucharon roces de caricias, sonaron sus besos, y volvieron, cada uno a su ropa, para que ellas, entibiándolos los cubrieran amorosamente con sus cuerpos, textilmente enamoradas.

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Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que hacen las palabras.
Truman Capote

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Antonio Miranda

Yo, Konstantinos Kavafis de Alejandría – III *

Una canción sencilla viene de lejos
y es bella: las voces son jóvenes, fuertes.
Corro hasta la ventana y allá pasan:
figuras apolíneas, vigorosas,
venidas de otras eras,
permanecen conmigo para siempre
gráciles, tristes en la memoria
y sin embargo vibrantes,
impetuosas -cuerpos diluyéndose
en la penumbra y ocupando
mis entrañas, trastornándome.

¡Tan bellos y fugaces, mas capaces
de inflamar mi espíritu!

Soy un griego apasionado por la forma,
dispuesto a absorberla y poseerla.


Yo, Konstantinos Kavafis de Alejandría – X *

“Moriste a los diecisiete años, de placer”
Soy tan libre contigo, mi íntimo amigo,
libre de convenciones mezquinas, moralistas:
contemplo tu rostro pálido, imberbe,
entre flores blancas; lívido me quedo
y te rescato, sin ningún recato,
para mi deleite y encanto venidero.

Conmovido, sin alardes de llanto,
con entusiasmo contenido, en suspenso,
pues el entusiasmo en exceso encandila
y, si falta, aniquila, es marasmo.

En la despedida te beso, sin ser visto.

No te conocía, pero tu cuerpo
me pertenece ahora, incluso ido, eterno.

* Traducción: Jorge Ariel Madrazo

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Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo.
Pablo Neruda

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Alfia Arredondo Orozco

Uno se acostumbra
al límite del papel,
dónde empezar y dónde termina,
hasta que un día...
después del papel
siguió escribiendo
sobre el mantel donde desayunó,
en la pata de la mesa,
en el piso de todos los días
lleno de huellas,
y un poquito se fue
para el propio dedo gordo,
salió a la calle
y pudo dejar palabras cerca del sol
atrapar otras y pegarlas en un árbol,
siguió escribiendo...
en una mejilla que pasaba en bicicleta
en los ojos profundos de un perro
en un par de alas, cargadas de silencio
y así...
entendió la poesía.


Memoria

No sé por qué este empeño
necedad
de pararse en viejas esquinas
mismas esquinas...
y suicidarse
con sentimiento de fantasma.


Prefiero
a veces
el paisaje de mi memoria,
calles sin sombra
un aire urbano de olas revueltas
una sola plaza
y casi una sola
mi escuela,
un lugar sin rostros desconocidos
hay en mi memoria.
Prefiero
a veces
dejarlo así
no vaya a ser que vuelva y
las nieves sean agua sucia
mi aire pura humareda,
me encuentre con calles impostoras
y con caras pasando de largo;
no vaya a ser
que el mar ya no me regale caracoles,
los de entonces olviden abrazos
la risa se haya formalizado
y hasta las esquinas cambien de nombre.
Prefiero
a veces
el paisaje de mi memoria,
no vaya a ser que vuelva y
muera en un cementerio desconocido.

Estos poemas fueron tomados de
http://letrarte2006.blogspot.com/

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Cuando le preguntaron a Saul Bellow cómo se sentía después de ganar el Premio Nobel, respondió: “No lo sé. Aún no escribí sobre eso”.
(Tomado de El escriba)

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Rodolfo Lobo Molas

Mucho tiempo…

Es mucho tiempo el tiempo
del olvido,
pero es más tiempo el tiempo
del silencio;
ese no estar, estando en los umbrales,
el no gritar
teniendo el alarido;
eso de andar sembrando para adentro
la plural agonía del exilio.
Es mucho tiempo el tiempo
de la lágrima,
pero es más tiempo el tiempo
sin latidos,
el corazón partido en las esquinas
y aquella ausencia gris
que es el vacío.


Cómo abrigar…

Cómo abrigar palomas con las manos
cuando están rotas
cansadas
desmembradas
de tironearle a la vida
jirones de alegría
de sueños
de esperanzas.
Cómo abrigar palomas con las manos
si el calor de la sangre
no es más que lágrimas.


Desde lejos…

Cuando extrañes mi voz y no la sientas,
cuando busques mi luz y no la encuentres,
recuérdame alegre, mi sonrisa
está siempre buscando tu mirada.

No importa donde estés, yo, desde lejos,
tendré mi corazón junto a tu alma.
No sufras por mi amor, porque me tienes,
debajo de tu piel por donde vayas.

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Jugar con las palabras es examinar la forma en que funciona la mente, el reflejo de una partícula del mundo tal como la percibe la mente.
Paul Auster

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Horacio Pettinicchi

La Mariposa Roja

Tomo la lluvia en mis manos y la acaricio, me acuno en ella, la ciño fuerte contra mis pechos, secos ahora, abandonados ahora, huérfanos de tus manos.
Tus manos, fuertes, sólidas, ausentes, ávidas de espadas y sangre, necesitadas de otros pechos, duros, jóvenes, morenos tal vez.
Como mi piel ¿te acuerdas de mi piel? Qué poco duró todo, José.
Apenas si te pude dar un hijo, nada más que un solo hijo, a vos que tuviste cientos.
Con él me dejaste la oscuridad de tus ojos, las enmarañadas cejas que el tiempo irá agrisando, tus rasgos José, la hendidura en la mandíbula, fuerte, decidida.
Y las largas noches, el frío en el lecho, frío de ausencias que me ganaron de a poco y me congelaron la vida.
¿Dónde estás ahora? ¿En qué monte, en qué cuchillas seguís buscando la esquiva Patria que soñaste? ¿Qué gleba te acompaña, qué alzados o proscriptos te siguen esta vez?
Y yo tan sola, sola con mis miedos, con la ausencia de tus manos, con mis pechos huérfanos de tus caricias, tan sola como antes de conocerte. Qué poco duró todo, José.
Sola, inmersa en esta densa sombra que me abraza, fría como sudario, helada como el jergón donde paso mis noches, noches hechas de brumas y ausencias.
Sola, hasta que llegan ellas, y me hablan, y les hablo, les pregunto por vos, me cuentan de la Isabel, del machito que parió, me dicen como se parece a vos.
Ellas no dejan de hablarme de los hijos de tu sangre, de tu semen, y de los otros, hijos de tus sueños y tus trajines, gauchos de pata al suelo, desheredados y rotosos, ésos que te nombraron Protector de los Pueblos Libres.
Me susurran de las otras mujeres, de tus otros amores, y las entrañas se me hielan.
Y la bruma, ésta la bruma fría que me envuelve.
Mis manos heladas buscan atrapar al sol, lo acosan, lo persiguen por las encaladas paredes de la habitación donde me han recluido.
Busco atraparlo, busco meterlo dentro mío, busco su calor, para sentir en mis escarchadas entrañas el fuego que me sembrabas, José.
Escucho otras voces, duras, extrañas, voces que dicen de mi locura, que susurran nuestro parentesco, voces que te culpan de esta bruma.
Mentiras, José, mentira porque parí grande, mentira porque somos primos, mentira del pasmo cuando niña, mentira de tu ausencia.
Es que me falta el fuego, me falta el fuego que me enciende, el fuego que me sembrabas, y yo ardía, me ardía toda, me artigabas íntegra, José, como a la maleza antes de la siembra.
Voces, siempre las voces.
Voces duras que se van, voces suaves que regresan, voces que me dicen del Campamento de Purificación, de los andrajos que cubren tu cuerpo, joven aún, necesitado aún, de tus horas sentado en la descarnada cabeza de buey, gastando el chifle de ginebra. Me dicen de tus noches, de la Melchora Cuenca y de sus pechos, duros, jóvenes, que vos acariciabas, morenos como mi piel. ¿Te acuerdas de mi piel, José?
Me contaban, y yo me iba muriendo de a poco, como esta Patria, como tu sueño de una tierra poblada de hombres libres, como mi sueño, de tenerte, de tener tu fuego en mis entrañas. Qué poco duró todo, José.
Qué solo quedaste, qué solo cruzaste el río, qué solas tus manos, vacías de guerra, vacías de amor. Sólo acompañado por tu chaqueta colorada, por el Negro Ansina -tu viejo asistente- y yo, hecha mariposa, de rojas alas -como el fuego que no me dejaste- para seguirte.
Me hice sombra ese setiembre, para tapar las vergüenzas de los cien orientales cubiertos de harapos, que te seguían, me hice viento para secar lágrimas que rodaban, mirando la tierra que dejaban atrás.
Atrás, donde el implacable sable de quien confiaste se venía destruyendo tus retaguardias y destruyéndose, cubriendo su miedo de tierra colorada.
Al frente, el inconmensurable misterio de un Paraguay hermético, desconocido, pero libre, libre de toda extranjería.
País donde te internaste, te perdiste en él, con tus fantasmas, y tus sueños, derrotados a veces, pero no muertos, renacidos en cada hombre que aprende a decir no.
Y yo, pequeña mariposa roja, te seguí José, te seguí en el convento mercenario, soldado entre frailes poco duraste, te seguí a Caraguaty.
Con vos estaba, cuando te visitó nuestro hijo, huérfano de madre, con un padre que ya no recordaba, y que no sabía si eras un bandido o un oriental.
Con vos estaba cuando Blompland te trajo la Constitución del Estado Oriental, y libé tus lágrimas.
Con vos me engrillaron cuando murió Francia.
Y cuando te olvidaste de amanecer, mis alas, rojas como el fuego, rojas como el eterno sueño, se cubrieron de luto.
Y ahí estaba José, esperándote bajo el lluvioso cielo el día que tus pobres huesos cansados, montoncito de humanidad que se va haciendo polvo, desembarcaban en el viejo Montevideo.
Ahí estaba yo, la Matilde Borda, tu Matilde, con todo mi amor, con todo mi amor en las manos, como siempre José, esperándote.

Cuento premiado por Editorial Baobab (2005) con la edición de una Antología personal llamada La Mariposa Roja

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Soy las sombras que arrojan mis palabras.
Octavio Paz

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David Antonio Sorbille

Cinema Paradiso

Hay un niño que camina
con la luz en las manos
y seguro es que entiende
la amistad como un juego
porque sigue pendiente
de la ilusión futura
con la sonrisa cómplice
del que anima historias
en la belleza escondida
del viejo cine de barrio
mientras en la pantalla
la tentación de los días
se convierte en nostalgia
e irrumpe la aventura
y el deslumbramiento
como un sueño estremecido
de hambre y amor
paraíso imaginario
que emerge de la vida
con la fuerza del recuerdo
de ese niño que fuimos
con la luz en las manos

De Antología Poética Homenaje al Cine, Ed. 3+1, 2002


El alba encendida

Una y otra vez
el hombre vuelve
sobre sus pasos
y en ese movimiento
definido por la actitud
desesperadamente humana
intenta enfrentar
cuestiones inevitables:
el vacío de una ausencia
la sombra de un destino
el gesto y la nostalgia
la construcción del amor
el fino trazo de una huella
la irremediable oscuridad
el origen de la tragedia
la esperanza y el abismo
los pecados capitales
la inconcebible injusticia
el hambre y el dolor
en la palabra y la vida
que flota en la brisa
del alba encendida

De Antología Poética Volver a Empezar, Ed. 3+1, 2003

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Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos.
Jorge Luis Borges

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Graciela Wencelblat

Desde este árbol
espiaba
aquí me hice amiga
de lechuzas y calandrias
jugaba con sus ramas
deleitaban sus brotes
mi cuerpo de niña
compuse con el aire
cantos delirantes.
Abrazada a su tronco
grito lloro
muerdo a los que quieren
talarlo.

¿Si la muerte siempre llega
por qué adelantarla?
Asesinos de la naturaleza
del juego de la infancia.

Miro al cielo
responden mis lágrimas.


***

Entonces supe qué hacer
me arremangué
las manos retorcieron el trapo
sequé y sequé
como si hubiera llorado
tanto
pero no había tiempo
llegaba lo nuevo
tenía que ponerme algo
sobre la desnuda tristeza
destapar las cañerías
trabajar
eso hice
y pelé chauchas
y deshojé prolijamente
los bordes del espanto.

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A fin de cuentas, las palabras son todo cuanto tenemos, y más vale que éstas sean las adecuadas, con la puntuación en los sitios justos, de modo que puedan expresar mejor lo que se quiere decir.
Raymond Carver

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Hugo Torres

Globalización

Los versos del poeta
se sorprenden, se confunden
de tantas palabras ficticias.

Un mundo globalizado
enfermo de tanta soberbia derramada.
Materializado hasta lo profundo de su vientre,
que gime y llora por sus amplias heridas.
Torpe manera de sobrevivir,
de asesinar los días inciertos
de los niños del medio oriente
y su porfiada costumbre de morir temprano.

Un mundo técnicamente perfecto
de espalda a la pobreza,
donde el mañana es un mercader lejano
que ha equivocado el rumbo,
es un ángel frágil y bello,
atrapado en un Primer Mundo.
Mientras en el segundo o tercer mundo
sólo llueven oscuros amaneceres
en los jardines vacíos de los pobres,
sin ropa, ni alimento, ni agua
si hasta la tierra está enajenada.
La existencia es un bien de los poderosos.
Un enjambre de redes informáticas
alimentan el fruto dulce de los soberbios,
que vigilan y atrapan nuestros días.

Tantas conquistas mundanas
¿para qué? ¿Cuántos niños mueren?
Como pájaros lejanos, sin conocer
del vuelo breve de sus alas.

Lloran las palabras sangrantes del poeta,
por más que levanten vuelo
la rutina de los días ahoga el eco de su voz.

Globalización, perfecta arma de los poderosos
hierba frágil donde crece la ambición.
Y el hombre pequeño, que sólo conoce de miseria,
pregunta por las noches
¿dónde, dónde quedó el amor?

Mención de honor 2006, Concurso de SADE Mendoza y Fundación Gutenberg

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Existen dos tipos de mentes poéticas: una, apta para inventar fábulas y otra, dispuesta a creerlas.
Galileo Galilei

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Teódulo López Meléndez

Pessoa, un hombre absolutamente solo

Alberto Caeiro Da Silva nació en 15 de octubre de 1889 y murió en 1915, de tuberculosis, como el padre de Pessoa. Álvaro de Campos nació el 15 de octubre de 1890 y se graduó en la Universidad de Glasgow; muere el 30 de noviembre de 1935, al igual que Pessoa. Ricardo Reis murió en la misma fecha; había nacido en Oporto el 19 de septiembre de 1887; era médico. Alexander Search, a pesar de su nombre anglosajón, nació en Lisboa el 13 de junio de 1888; mantiene correspondencia con Pessoa desde los tiempos de Durban; escribía poesía y prosa en inglés. Bernardo Soares vive, como Pessoa, en una modesta pensión de Lisboa donde pasa toda su oscura vida; Fernando lo conoce en una trattoria donde Soares le habla de su vida de escritor y le hace conocer el maravilloso y sorprendente Livro do Desassosego. Antonio Mora, filósofo, autor de Regresso dos deuses; Pessoa lo conoce en un manicomio de Cascais, pequeña ciudad de mar en las cercanías de Lisboa. Charles Robert Anon, escribía poemas y cartas en inglés. A.A.Crosse, participaba en los concursos del “Times”; no ganó el gran premio que necesitaba para regalarle el dinero a Pessoa y éste pudiese comprar los muebles y casarse. Thomas Crosse, tenía como intención traducir al inglés los poetas portugueses sensacionistas. Jean Seul de Mérulet, nació en 1885, escribía en francés. Abilio Cuaresma, amigo íntimo de Pessoa. Vicente Guedes, Federico Reis, Charles Search, Barão de Teive, C.Pacheco, Pero Botelho, Pantaleão, Carlos Otto, Caesar Seek, Dr. Nabos, Ferdinand Summan, Jacob Satan, Erasmus, Dare, una legión, en suma, la legión de Pessoa.

La primera afirmación que se debe hacer es que, en el fondo, Pessoa queda uno dentro de este casi infinito desdoblamiento. Partiendo de aquí debemos señalar que todo se origina en un “sentimento de estranheza”, de un rechazo a aceptar el mundo como sus percepciones lo captan. El enigma de existir, “uma coisa que está para além dos deuses, de Deus, do Destino” (frase de Álvaro de Campos). En “Cartas a Armando Cortes-Rodrigues”, Pessoa habla de sus heterónimos como “desdoblamientos de personalidades o invenciones de personalidades diferentes”, para después agregar “…construí dentro de mí varios personajes distintos entre sí y de mí, personajes a los que atribuí varios poemas que no son, como yo, en mis sentimientos e ideas, los escribiría”. Otra cita de esa correspondencia con el amigo es reveladora, pues describe el fenómeno como sentir en la persona de otro, aclarando que la sinceridad continúa a existir, como es sincero el Rey Lear que no es Shakespeare sino una creación suya. Es relevante como Pessoa ve sus heterónimos como personajes teatrales, como ficciones que se representan. En verdad, Pessoa transformará en personajes los estados de alma. Pessoa cambiaba de opinión con inusitada frecuencia, lo que explica, entre otras cosas, que jamás terminara o publicara en vida sus opiniones políticas; pues bien, el cambio se produce por igual en sus concepciones estéticas, lo que permite entender como los heterónimos sostienen posiciones contrapuestas y polemizan entre sí. En Pessoa existía una profunda inseguridad que lo llevaba a interrogarse constantemente sobre su propia personalidad y a concluir, en cuanto al arte se refiere, con profundas dudas sobre si una posición estética era o no verdadera. La vía para cubrir esta inseguridad era no tener una sino varias.

Algunos aseguran que la falta de raíces de nuestro poeta se debe al temprano viaje a África del Sur y al bilingüismo, tesis que podría encontrar confirmación en algunos de sus escritos. Podría también recordarse al Dios-Artista de Nietzsche que se desembaraza, fabricando mundos, de su plenitud. Prado Coelho insiste en que el proceso psicológico de los heterónimos nace porque Pessoa descubre un día, como sedativo o diversión, “la posibilidad de fingir”, es decir, vivir apenas por la inteligencia, una actitud de vida diametralmente opuesta a la que él personalmente encarnaba.

Por lo demás, influencias también tuvieron los heterónimos; cada uno presenta las huellas de las lecturas y de las diversas corrientes estéticas de la época. En Caeiro, por ejemplo, Prado Coelho descubre al portugués Cesário Verde, a Whitman y un poema de Alice Meynell con el que el famoso “O guardador de rebanhos” tendría notables afinidades. Hay que recordar que el desdoblamiento en literatura no nace con Pessoa, pues tiene antecedentes ilustres, sólo que nuestro poeta lo lleva a los límites, a los extremos. Antonio Tabucchi, un insigne estudioso de Pessoa (al parecer todo escritor que vive en Portugal es atrapado por él) señala que “l´operazione di Pessoa consiste nel tradurre in un fatto cosí clamoroso e per certi aspetti persino istrionesco como quello della creazione eteronimica, l´elemento piú rivoluzionario del Novecento: la Coscienza”, es decir, entra en la literatura el gran narrador de nuestra época: el Yo. La heteronimia, es evidente, es una disociación de la personalidad, es el hombre múltiple y también el de la “patología de la soledad”. Pessoa, el hombre absolutamente solo, se convierte en un sistema autosuficiente.

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El mayor infortunio del hombre de letras no es quizás el hecho de ser víctima de las intrigas y la envidia de sus colegas y el verse despreciado por los hombres poderosos, sino el verse juzgado por los necios.
Voltaire



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