miércoles, 7 de marzo de 2007

Editorial

..........................Pies, ¿para qué os quiero si tengo alas para volar?
...................................................................................Frida Kahlo



.......................con voz propia nº 5 – marzo 2007

Queridos amigos, lectores y colaboradores:

Hace un tiempo les conté una anécdota real: era adolescente, vivía en Buenos Aires y regresaba despreocupada a mi casa; ya en la entrada, un fusil me señaló la puerta y un soldado me ordenó: “entrá pendeja, que la cosa no es con vos”. Observé a varios soldados apuntando con sus armas a un hombre tirado en la vereda, sus manos cruzadas en la nuca. No entendí qué ocurría y tuve miedo, me apuré y entré, y ese miedo se confundió en cobardía e indiferencia: a nadie conté aquella situación y la ignoré durante años… hasta que la palabra “desaparecidos” comenzó a tener para mí un significado real. Recién entonces tomé conciencia que la cosa sí era conmigo, era con vos, era con todos. Esa tarde estuve al lado de un hombre y a pesar de no haber visto su rostro, ese rostro aparecía siempre formando mis propios rasgos, envueltos en culpa e impotencia.
Hasta el día de hoy me estremezco al pensar que ese hombre fue uno de los tantos…
Jamás olvidé a ese hombre sin rostro. Y jamás lo olvidaré.

No pensemos que la cosa no era con nosotros, no olvidemos, no seamos complacientes. Aprendamos a involucrarnos en cada hecho que se cruce en nuestro camino, tomemos conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero fundamentalmente no olvidemos: “…la memoria es esencial para no repetir errores… Si uno no se acuerda exactamente de lo que pasó, es muy difícil que pueda valorar lo que tiene” (Juan Manuel Serrat).
Les envío un abrazo cálido, nos reencontramos en abril.

Analía Pascaner

* * *

Éramos catorce madres. Volvimos a la semana siguiente. Volvíamos cada semana por novedades, a reclamar. Hasta que un día la policía nos dijo que no podíamos estar reunidas, porque había estado de sitio, y que debíamos caminar.
Ellos nos impulsaron a caminar.
-Caminen de a dos… circulen… -nos gritaban los policías.
Nos tomábamos del brazo y empezábamos a caminar. Llegábamos a la plaza y nos poníamos en marcha para que la policía no nos corriera.
Anónimo


............................Edición y dirección: Analía Pascaner

............................San Fernando del Valle de Catamarca
............................Catamarca – Argentina


Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, hacer que vuelva a adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo. Por cierto que se trata de un cometido sobrehumano. Pero el caso es que se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres cumplen en muy largo tiempo; he aquí todo. Es vano llorar por el espíritu; basta con trabajar por él.
Albert Camus


María Elena Walsh

Oración a la justicia

Señora de ojos vendados

que estás en los tribunales
sin ver a los abogados,
baja de tus pedestales.
Quítate la venda y mira
cuánta mentira.

Actualiza la balanza
y arremete con la espada
que sin tus buenos oficios
no somos nada.

Lávanos de sangre y tinta
resucita al inocente
y haz que los muertos entierren
el expediente.

Espanta a las aves negras
y aniquila a los gusanos
y que a tus plantas los hombres
se den la mano.

Ilumina al juez dormido,
apacigua toda guerra
y hazte reina para siempre
de nuestra tierra.

Señora de ojos vendados,
con la espada y la balanza
a los justos humillados
no les robes la esperanza.
Dales la razón y llora
porque ya es hora.


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En Aragón los ricohomes decían al rey: “Nos, que somos tanto como vos, y todos juntos más que vos, os elegimos rey y señor si guardáis las leyes y los privilegios, y si no, no”.
Luis Franco


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Eduardo Galeano

Isadora

Descalza, desnuda, apenas envuelta en la bandera argentina, Isadora Duncan baila el himno nacional.
Una noche de 1916 comete esta osadía, en un café de estudiantes de Buenos Aires, y a la mañana siguiente todo el mundo lo sabe: el empresario rompe el contrato, las buenas familias devuelven sus entradas al Teatro Colón y la prensa exige la expulsión inmediata de esta pecadora norteamericana que ha venido a la Argentina a mancillar los símbolos patrios.
Isadora no entiende nada. Ningún francés protestó cuando ella bailó la Marsellesa con un chal rojo por todo vestido. Si se puede bailar una emoción, si se puede bailar una idea, ¿por qué no se puede bailar un himno?
La libertad ofende. Mujer de ojos brillantes, Isadora es enemiga declarada de la escuela, el matrimonio, la danza clásica y de todo lo que enjaule al viento. Ella baila porque bailando goza, y baila lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante la música que nace de su cuerpo.

De Memoria del Fuego


Celebración de la voz humana/2

Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.
Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor:
-Algunos teníamos mala letra –me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafía.
La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie: en cárceles y cuarteles, y en todo el país, la comunicación era delito.
Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a través de la pared. Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuesta.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.

De El libro de los abrazos


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Yo grito mi protesta porque sueño con un mundo nuevo donde los hombres no se arrastren sometidos por la charca viscosa de la adulonería. Porque sé que en el hijo que tengo me renuevo y quiero para él que por dentro viva erguido, libre y generoso como el amanecer de cada día…
Osvaldo Ardizzone

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Dardo Sebastián Dorronzoro

Todas las mañanas

No me cortarán el viento de los ojos,
yo te digo;
no me cambiarán de azul la torre de los pinos,
ni manejarán palomas con las nubes de mis dedos.
Yo soy todas las mañanas de los hombres, te digo,
todos los inviernos, todos los eneros,
yo soy una sangre perdida en la calle más antigua,
una espuma de llanto y una tos en los jergones;
yo soy para siempre en mi último camino.

Dardo Sebastián Dorronzoro, 1913. El 25 de junio de 1976 fue secuestrado por un Grupo de Tareas de las FFAA de su casa en el barrio La Loma, Luján. En esos días desaparecían Francisco Urondo y Miguel Ángel Bustos.


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El único héroe válido, es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo.
Héctor Germán Oesterheld


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Miriam Díaz

Moños Negros

Vos lavabas el auto aquella tarde, hace poco, hace treinta años, un rato apenas. Mamá te cebaba mates y yo hacía lo que más me gustaba por aquellos tiempos: me llenaba de barro. La calle era la casa, el vecindario era la parentela y los hijos teníamos muchos padres y muchas casas para tomar la leche donde nos encontrara el hambre. La felicidad era tan fácil como un poco de agua con jabón que recorría tus manos. De repente, te escuché decir algo, un lamento se encerraba en una palabra “no”…
- Qué pasó papi?
- Subieron los militares…
Yo no sabía quienes eran los militares ni a dónde habían subido, pero me bastó ver tus ojos para darme cuenta que algo terrible pasaba. Tus manos chorreaban jabón como lágrimas y ya no quisiste los mates de mamá. De pronto había un duelo en casa y yo no encontraba el muerto.
Pasaban los días y el silencio era un peso insoportable, la gente bajaba los ojos y todo se llenaba de oscuridad.

Esa noche
Ese año

patearon el portón
empezó el mundial
eran muchos con armas
éramos casi todos con euforia
gritaron
gritaron
caían los libros y los discos
caían los papelitos tan argentinos
papá no tenía agenda
papá gritó los goles con vergüenza
suplicamos y nos perdonaron la vida
ganamos el 78 y nos cagaron la vida

Crecí inevitablemente y me metí en los peores lugares que son los mejores y no me importaba nada justamente porque me importaba todo. Y gritaba como se usaba a mis 16 y como te vi hacerlo tantas veces.
Pero las cosas pasan y ese mediodía algo te habían dicho de mis andanzas, llegaste como un huracán, sacaste mis libros rojos y los empezaste a quemar; fue tu sangre en mis venas la que me levantó de la silla en un movimiento sobrenatural y me llevó a meter las manos en el fuego y sacar lo que era mío. Dicen que me quemé, dicen que hubo médicos y tratamiento y no sé qué… no recuerdo eso, no tiene importancia… sólo me veo sacando mis libros y arrojándote toda mi insolencia que es la tuya:
- No vuelvas a tocar mis cosas.
Pasó el temblor y empezamos a juntar los escombros, la democracia no era la democracia era un perdón infame, y yo gritaba, y vinieron las leyes, y yo gritaba, y felices pascuas y yo gritaba:
- Basta, tengo mucho miedo por vos nena.
- Yo también papi, yo también…
Ruina sobre ruina, no podíamos cerrar los cajones porque no había cuerpos, pero la gente compraba microondas y viajaba a Cancún.


Fue hace un rato nomás, treinta años apenas. Será que ya viví más de la mitad de mi vida, será que es mucha la tristeza, pero empiezo a sentir que ya tenemos a los muertos, ya podemos poner los moños negros.


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Si no hay arbitrio de olvidar las injurias, porque este acto pende de mi memoria, al menos he aprendido a perdonarlas, porque que este acto depende de mi corazón.
José de San Martín

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Andrés Bohoslavsky

El acta

Yo, que estoy en el medio del mar
leo el acta, que con unos cuadraditos marcados con una x
deja constancia de la muerte de mi madre.

Mientras la rompo y el viento se la lleva
depositándola en unas olas gigantes
pienso en ella con sus lentes viejos, leyendo a Chejov
o las cartas de familiares de Rusia
y en aquellos años en que era feliz, paseando con mi padre
por la playa, mientras yo corría detrás de ellos.

Me doy vuelta y la veo sentada sobre una silla
en la proa, rodeada por unos albatros que picotean restos de comida.

Me llama y me siento junto a ella, mientras saca unas fotos viejas
en paisajes extraños
junto a sus padres, y luego otras y otras, como un repaso de su vida
mientras hablamos de las cosas que quedaron sin hacer
de esos planes simples que teníamos
y ya no podremos realizar.

Giro la vista al mar y cuando me doy vuelta
para abrazarla ya no está.
A mis pies, veo la foto en que ella está delante de la casa de sus padres
en la calle de la revolución
la llevo al camarote, la pego en la pared
y me acuesto a dormir.

En el sueño, escucho su voz que me dice:
- No estés triste hijo, ya nos veremos.-

Me despierto, me sirvo un vaso de vodka
y miro por el ojo de buey la tormenta que se avecina.
Voy a la sala de máquinas, a cumplir mi turno
y la escucho nuevamente:

- Hijo, el hombre es lobo del hombre-
y me sonrío pensando en ella, en esos viejos tiempos
donde soñaba un mundo más justo
sin imaginar que nos convertiríamos en bestias.


Impostores en el templo de Odessa

Creí entender que le habían
tomado el espíritu
que su alma volaba
inquieta hacia arriba
dejando que su cuerpo
sus brazos, sus manos
estiradas hacia el cielo
se sacudieran.

Convulsiones espirituales
pensé.
-Metempsicosis-
me sopla al oído Vladimir.

La señora del maquillaje
muy intenso
acomoda su collar de perlas falsas
apaga el celular que se
mezcla con el sonido
de la campana Tibetana
esconde sus medias corridas
ante la mirada sorprendida del
Hijo del Señor
de la Madre del Hijo
del cordero sagrado
que perdona los pecados del mundo
y del farsante de la primera fila
que miraba encantado.

Hacía calor, salí del templo a fumar
a tomar una cerveza
y pensé en invitarla a caminar
a buscar un refugio para mi alma
atormentada.



La foto de Sofía

................................a mi amiga Sofía Tsvetayeva, que es eternidad

Foto ocre, 1967, Kiev
a la izquierda de Vania
entre los pinos laterales de la cabaña
aparece el cuerpo diminuto de Sofía
con sus sueños intactos.

Aún no sabe del barco
ni del pueblo perdido en una tierra extraña
donde la casa se agrietará
por la sal de sus ojos grises.

Por las noches, durante treinta años
coloca junto a un plato vacío
un pequeño retrato
mientras murmura:
recordarlo todo / olvidarlo todo

Hoy, al ordenar su ropa
de su chalequito ruso
escapa aquella foto
que ya no reconocerán
sus manos cruzadas sobre el pecho,
y sus ojos, esta noche
parecen interrogarme
por el sentido oculto de las cosas.

La miro, sin decir nada
y me despierto
pensando en esto.

Vuelvo a la foto
y en el anverso
con su letra infantil, había escrito:
Vania, te esperaré siempre
eternamente tuya
Sofía



Mallarmé, el álgebra de Boole y Stravinski en la nave nocturna

Arriba
debía ir la palabra
Creación
luego otras:
noción
objeto
aspecto
números
una ecuación infernal
que me acerque
a la verdad.
Después
ambigüedad
intersecciones,
asignaba cifras
finitas
conjuntos
marchaba bien, casi sin pensar.
Stéphane te tengo
me decía
hasta que llegué a la palabra
Armonía.
Ahí empezaron los problemas
invertí los términos
partí del final
giraba en torno
a algo
fantasmal
pensé que eran los efectos del Alplax.
Preparé un café
y cuando me senté
Stravinski
parado en la puerta
dijo algo acerca del
contrapunto
tres o cuatro compases
creo en fa sostenido
violín eléctrico
suite para paranoicos desvelados.
Decididamente perdido
dejé todo
Debussy sonaba
melódico
misterioso
me dejé llevar por el piano
por melodías ausentes
que son música
como las palabras
que no existen
pero alguien
dirá.


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A dónde va toda esta sangre derramada: la sangre de los apaleados… la de los humillados… la de los suicidas… la de los fusilados… la de los condenados…
Jacques Prévert


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David Lagmanovich

No tengo nada contra usted

No tengo nada contra usted, se lo aseguro. He frecuentado a muchos como usted, me he encariñado con algunos, y ellos me han acompañado a lo largo de la vida. Si le restrinjo el acceso a mis escritos no es por hostilidad, sino más bien para no fatigarlo, para que después no se me acuse de abuso o de falta de consideración. Es cierto que en mi juventud recurría mucho más que ahora a sus servicios. Pero la vida me ha enseñado que para mí su utilidad, perdóneme que se lo diga, no depende de que esté siempre dando vueltas a mi alrededor, sino de un factor que podemos llamar eficacia. Con esto no quiero ofenderlo ni hacerlo a menos: mi respeto por usted es absoluto. Podemos decir que lo considero indispensable, pero en dosis moderadas. Un gran poeta dijo que usted, cuando no da vida, mata. Y yo no quiero que me mate ni que mate mis textos, señor adjetivo.


Días en la noche

A veces en la noche estallaba el día y era hermoso ver de pronto el sol entrando por la ventana y calentando sus pies ya inútiles bajo la manta escocesa. En la habitación seguía pesando el silencio, pero a lo lejos se insinuaba el canto de un pájaro y las hojas del aromo se movían levemente en el jardín. El hombre que había despertado con la eclosión del día volvía a cerrar los ojos y sentía en la piel la caricia de la brisa. Creía percibir un aroma a tierra mojada y por algunos instantes su imaginación le llevaba a los caminos azotados por la lluvia en el pueblo de su infancia. Percibía la respiración del enfermero, que dormía en la habitación contigua; sabía que al entrar en la habitación para tomarle la temperatura preguntaría si había dormido bien, y él no sabría qué responder. Mientras intentaba entrar de nuevo en el sueño, deseaba intensamente que se produjera otro milagro. Pero las lágrimas corrían por su cara y, mientras el día se desvanecía súbitamente en la noche, supo que no despertaría nunca más.


Declaración

Es cierto que no me llamo Vanessa y es cierto que casi todo lo que usted ve lo hizo el cirujano y también es cierto que no soy ni tan alta ni tan rubia ni tan flaca como parezco, pero él no tenía derecho a echarme nada en cara, porque si un hombre me levanta en la calle tiene que saber que todo es de mentira, una ilusión que fomentamos porque es parte del oficio y además porque nos dan pena los hombres solos, por lo menos a mí me dio pena éste que parecía tímido, que hasta me abrió la puerta de la habitación y me dejó pasar primero, con modales que usaría con las señoras de verdad. Pero después comenzó a quejarse de las mentiras del mundo, tomándome a mí como ejemplo, y eso no lo pude soportar. Cuando ya no daba más agarré el puñal que siempre llevo en la liga y se lo hundí hasta el mango. Esto no es una mentira del mundo, le dije pero él ya no podía oírme. Lo demás usted ya lo sabe, señor fiscal.

Los microrrelatos pertenecen al libro Casi el silencio, Fundación Tiempo de Compartir, Tucumán, 2005


Antígona II

Sé mi Antígona.
Llévame de la mano por los caminos mudos
de la insistente noche.
Sé mi báculo.
Déjame que en tu debilidad apoye mi fracaso.
Sé Yocasta otra vez,
renacida en tus ojos
que hoy miran por mí.


Casa

Mi casa está llena de silencio.

Al caer de la tarde
escucho allí el recuerdo
de tu voz.

Ambos poemas pertenecen al libro Contraescrituras, Cuadernos de Norte y de Sur, Tucumán – Buenos Aires, 2006

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Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: ésos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht

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Alberto Valenzuela

Gritos del alba

I

Bajo las hojas secas del árbol dormido
el Ángel descansa una pena sin rostro.
Sostiene en su mano blanca
el aliento sin tiempo de un niño.
En su puño negro,
encierra cenizas de barro,
Esperanzas viejas
de otras primaveras.
Sobre cada ala un ruiseñor canta
una melodía,
una espera
de dos mil siglos inmolados
que se esconden en el confín rojizo
de un tercer día.
El hálito
fermenta el instante último de la tarde,
como un ruego
tiñe el cielo un trinar de duelo,
y las cenizas
comienzan a abrazar la víspera.
Los labios de la brisa empujan al delirio
de una nueva oscuridad sin nombres,
y el suelo se tiñe de dolor sin dueño.
Los muros del tiempo
desgajan la nada.
Algo estalla en la memoria del Espíritu.
Calla el ruiseñor,
teme el universo,
el árbol despierta en los frutos,
el destello final de la tarde detiene
su lumbre.
La brisa sella sus labios.
Se unen las manos.
El Ángel decide.
El aliento
se torna corazón en las cenizas,
y un niño
desde algún rincón sonríe.
El universo gira entre las razones
sin rostro del hombre.

La pena
es un destello que se apaga
ante el desafío de una nueva víspera.
Un imperativo sobrevuela.

La última hora,
¡el hombre siga su existencia y ame!

El ruiseñor canta,
y el Espíritu descansa
bajo la sombra de un árbol
nuevamente dormido.


III

Un racimo de sombras
en el ápice del alma.
Un manojo de dolores incrustados
en la savia de los huesos.
Un persistir sereno
entre los ecos tibios
de voces de miel que invitan
a habitar la palabra
de los seres idos.
Un descansar la carne
en el seno mutable
de la Pachamama,
cresta luminosa y sabia del espíritu.

La mirada del tiempo
midiendo los espacios
donde hundir la lágrima.
Pereza mutilada
en el silencio del ángel
que no pudo ser niño.
Mil cosechas pesando en la espalda
que resiste encorvarse.

Penélope de sonrisas
navegando en angustias de antaño
la memoria imperturbable de la carne,
el espíritu, sin embargo,
alzando sus velas blancas
para recibir el alba nueva
constante se levanta.

Del poemario El árbol dormido (2005)


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Mientras luchan por separado, son vencidos juntos.
Tácito

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Norma Padra

El mundo de los sueños eternos

Un ángel muere

el cielo se viste
con suaves almohadas transparentes
No despiertes su sueño
sus alas se diluyen en el aire
y no lo sabes...
Déjalo
allí donde está
el mundo
de los sueños eternos.


***

Pájaros tejiendo la noche

giran con tu nombre
en los caminos del alma.
Serpentina de estrellas
queriendo amanecer
en tu mirada.


***

Por dónde se fueron los sueños...

Rutilar de estrellas en aguas profundas.
Eco del torbellino.
Voz del viento.
Borrando huellas de filigrana
va mi dolor, que ama el olvido.
Sabiendo que son otros
nuestros destinos.
Y el amor, se lo llevó el tiempo.


***

Me cautivan los ojos del desatino

alas poderosas de un tiempo
que no sabe de historia,
rumiando en silencio
para no clausurar los sueños,
hasta apagar las estrellas.


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Hay miradas de tan intenso y puro cariño, de la mujer al hombre, que deberían hacerlo avergonzar ante la sospecha de que tal vez no las merezca.
Luis Franco

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Aníbal Sciorra

El Coleccionista de palabras

Lo que son las cosas, hace años que soy coleccionista de palabras y todavía no pude conseguir la palabra “cuento”. Una palabra tan fácil y todavía no la tengo. No me avergüenza decirlo. Se lo comenté a otros coleccionistas de palabras el domingo pasado en el parque Rivadavia y se echaron a reír. ¿Cómo no vas a tener la palabra “cuento”?, me preguntaban como si estuviera bromeando. Uno de ellos se jactó de tener como cinco palabras “cuento”, pero eso sí, muy valiosas, ya que una de ellas databa de 1615 y era francesa y las otras pertenecían a los siglos XVII y XVIII y provenían de Alemania, Grecia y Estambul, y una más pero de 1901, aunque sin demasiado valor porque había sido hallada en Buenos Aires, para ser más preciso, me dijo cabizbajo, en la apestosa Plaza Miserere. Otro viejo coleccionista fue un poco más humilde: tenía una sola pero se sentía satisfecho igual porque la había encontrado junto a unos restos fósiles hallados en 1961 debajo del empedrado de la avenida Triunvirato, allá por Villa Urquiza, cuando Obras Sanitarias había tenido que cambiar unas cañerías.
Yo no quería tener cualquier palabra “cuento”. La mía tenía que ser muy valiosa también. Parece mentira, pensar que tengo la palabra “agüero” que la encontré en una estación del subterráneo y que me la quisieron comprar unos españoles por tres mil dólares y yo no acepté. Si la hubiera vendido ya tendría la palabra “cuento” del año 1312 y de origen cartaginés que me la dejaba un ciego de la estación Constitución por mil quinientos dólares y por sólo quinientos hubiera podido volver a tener “agüero” que ahora la vendían en el Abasto porque todo el mundo ahora andaba en busca de “gardel”, que había dejado de ser apellido para transformarse en palabra común. Encima me hubiera sobrado algo de dinero para poder comprar palabras difíciles de hallar hoy en día en el mercado y totalmente pasadas de moda como lo son “humano”, “bondad” u “honestidad”, que había puesto a la venta en oferta un funcionario corrupto del gobierno en la casa de gobierno sobre la entrada que da por Paseo Colón.
Dicen que al ciego de Constitución ya no le interesaba demasiado tener en su colección palabras como “cuento” porque ahora estaba fervientemente entusiasmado por palabras místicas, pero que de tanto buscarlas, se metió no se sabe cómo adentro de una de ellas y nunca más se lo vio. Nadie supo explicar bien acerca de qué palabra se trataba. Algunos que lo conocieron muy de cerca aseguran que el ciego veía. Dicen que jamás compró una sola palabra en alfabeto braille.

De Los indecibles, Ediciones Darse Cuenta, Buenos Aires, Junio de 2002
Texto tomado de
http://galeon.hispavista.com/lamaquinadeescribir/index.html


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Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla.
José de San Martín


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José Antonio Cedrón


No hubo lucha de clases cuando dimos batalla
sólo daños menores en la mampostería
cuyos antecedentes no pueden atribuirnos
fallas de construcción en el armado del cielo
incontrolables nubes
y neblina constante durante el acarreo de la luz.
Rasguños en la piel también menores
cansancio en la energía de los astros
que dieron de morder.
Sí algo de lava y polvo que escaparon
por las escaleras de emergencia
que no sería honesto negar aquí.
Caricias que acabaron despertando combate.
El roce de la carne con los filos del tiempo.
Me deslicé en tu cuerpo como por esos pueblos
que después de sus calles el desierto.
No te besé la espalda ni las piernas
para que la tormenta no entrara en tu equipaje.
Ahora, con más calma, mirando
por los ojos de huellas y testigos
¿qué margen le darías a este temblor
en la escala de Richter?

Del libro Actas
Premio Nacional de Poesía de México, Sinaloa, Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1985



***

Entre los jeroglíficos hallados en tu almohada
enfrentarás la mueca de los días.
La distancia idealiza.
El sueño solamente demora esa costumbre.
Las miradas de entonces no quieren saber nada.
La mano que aún extrañas acostumbró su piel
al paso de tu ausencia.

Del libro Actas
Premio Nacional de Poesía de México, Sinaloa, Editorial Tierra del Fuego, México-Buenos Aires, 1985



Pequeña cosa

Si no tuviera alas como tiene
si no hablara y cantara
si no fuera de fiesta de velorio
si no amara tus piernas como ramas de un niño
si no tuviera acaso componentes políticos
estaría diciendo que el corazón
es sólo el corazón
no esta mancha que cambia pasos bodas y viajes
no este pájaro huido que carga una maleta
pesada como pueblo
no esta sombra que emigra en mala hora
qué va.

Del libro De este lado y del Otro (Editorial Penélope, México 1981. Universidad Autónoma de Puebla, México 1983. Coedición Univ. Londres-Keal, México 2001)
Primera Mención Honorífica Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío, Nicaragua, 1981
Mención Honorífica Carlos Pellicer para Obra Publicada en México, 1982



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La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura.
Miguel de Unamuno


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Jorge Isaías

La mujer en la ventana

Apenas la mujer se hubo asomado a la ventana, apoyando sus codos en el marco, esa ventana que estaba abierta como un ojo en la negrura de la noche, como un ojo solitario que permanecía latente, apenas hubo asomado la cabeza hacia la esquina una luz pobrísima titilaba, lo vio pasar. Era un hombre que iba vencido, con los hombros cargados, como sosteniendo sobre ellos un peso imposible de soportar para un solo hombre, para un solo ser desvalido sobre la tierra yerma.
La noche es sin embargo, una mancha oscura, una declinación negra del día que cayó de bruces, envuelta en tembladerales violetas, para ser devorada por esa niebla de brea que sin ningún diente actúa como una boa constrictora, devorándolo todo. Todo, menos esa ventana donde la mujer asoma su cabeza envuelta en una cabellera clara, que circunda su rostro comido por la oscuridad de la noche y sólo los hombros desnudos, resaltan con esa luz que duerme a sus espaldas. ¿Y qué habrá a sus espaldas, ya que desde aquí sólo vemos una parte de su cuerpo, fragmentos descuidados, cabeza, cabello, perfil del rostro y sus brazos desnudos que como una pena en la noche avanza sobre nosotros en una inmovilidad que nos presupone cierta eternidad, que sólo la mera curiosidad, tal vez, orientó su decisión, mientras nosotros imaginamos penetrar esa realidad suya que no nos será develada y que tal vez obedezca a motivaciones inescrutables, a un instinto oscuro, no develable a nosotros por más voluntad que en ello pongamos.
Y si esperara un amor, un hombre que no llega o que se retrasó en la cita y ella está pronta y con la cena lista, a punto de poner sobre la mesa un mantel de lino, con dos velas que sólo esperan el chasquido ansioso de un fósforo, con la botella de vino sin descorchar, porque ella sabe cuánto gusta a un hombre esa tarea que pone a prueba su –digamos- caballerosidad no exenta de hidalguía.
¿Y si fuera al revés? Ella no fue a la cita por alguna razón oscura que obviamente, desconocemos y se queda en la duda entre arrepentirse o vestirse y salir un poco apresurada a buscarlo.
¿Y si estuviera triste? ¿Y si estuviera con los ojos húmedos, ya que desde aquí no le vemos los ojos ni siquiera sabemos si son claros como el aire que llamamos cielo o negros como la noche o el olvido?
Del hombre vencido que pasó bajo la ventana donde la mujer está asomada ya no queda ni el recuerdo, apenas una estría en nuestros ojos curiosos lo guarda como el fogonazo breve de un fósforo, una línea sutil en nuestro cerebro que pronto se esfumará sin dejar el mero recuerdo: sólo los pasos cansinos, la espalda encorvada, las ropas oscuras y los zapatos gastados, que arrastra casi a su pesar.
Como un fragmento de esa realidad inapresable en que la percepción se activa y se diluye con la misma intensa rapidez. Pronto será una nada en nuestra mente, y también en la mente de la mujer que por otro lado no sabemos desde aquí si registró su paso anodino, casual, sin importancia verdadera.
Por esa calle vacía acierta pasar un grupo de muchachas parlanchinas, despreocupadas, a quienes el viento breve, mejor dicho, la brisa que viene del río acaricia sus blusas claras cubriendo los corpiños que resguardan la pasividad de sus pezones oscuros, con su aureola rosada, sin tener en cuenta cuántos estremecimientos se habrán producido en ellos al ser besados. Sólo pasan y en minutos ya serán recuerdo.
Pasa un ciclista solitario, como un demiurgo que corta la noche con los rayos de acero de las ruedas de su parca bicicleta, que lleva en esos mismos rayos haces de la luna en forma tan minúscula que apenas percibimos mientras la mujer sigue impertérrita, lejana, eterna en esa ventana y que no sabemos cuándo cesará esa inmovilidad que la reduce a esfinge cuando ya creemos haber batido todos los records de “voyeurismo” del que somos capaces.

Otoño, 2006

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La mejor forma de proceder es la que nos deja libres de culpas y remordimientos.
Proverbio chino

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Gustavo Córdoba

Interrogantes

¿Quién puso en tu vida, una pausa?
¿quién te mostró el camino
para hallar el horizonte?
¿quién te enseñó a decir adiós?

¿Dónde está tu andén o puerto?

Te busco en todas partes
y sólo encuentro en mis trenes
los asientos vacíos…

Ya no me quedan días,
sólo guardo noches, en los desvanes
de la vida mía.

Me olvidé de rezar
a fuerza de pronunciar tu nombre;
lo grito a los cuatro vientos
y el viento me responde
con lágrimas de lluvia,
que tu nombre está lejos,
allí donde la palabra no llega;
donde la lágrima no basta
para mojar de sal,
¡esa distancia!

¿Qué tengo que hacer? dímelo tú
¡oh! Dios Universal de los silencios
para encontrar el sitio
de su norte.

Cuántas lunas hacen falta
para alcanzar en otra Entidad
mis cuarenta semanas de gestación
en esta espera angustiosa
de la común unión,
definitiva,
eterna y anhelada?

¡Oh! noche mía;
oscura, ingrávida y silente,
¡ora pro nobis, noche!...


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La dificultad es una excusa que la historia nunca acepta.
John F. Kennedy


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Betina Saredo

Papel

Se presenta pálido y callado.
Es un abismo fértil,
un mar calmado por fuera.
Sediento devorador de palabras,
que las atrae como hechizo medieval
y las muestra como espejo,
como un cristal tallado,
como el grito mudo del alma.

De tinta y lágrimas se contamina.
Y aún cuando le lastiman de tachones,
sonríe detrás del renglón,
sabe que puede cambiar el mundo.


Gris tempestad


En el desenfreno de un grito,
una mujer suplica
desnudarse de arena y vestirse de sol,
mientras observa, quieta y cautiva,
la orbe gris que alumbra el tejado,
divisando horizontes de ladrillo.

El meneo morboso de las ramas
se quiebran en rugidos
que develan los temores.
Es la tormenta que avisa
que mojará el asfalto
y teñirá de verde la plazoleta.

Descalza y desvelada
sale al encuentro del relámpago,
mientras llueven sus ojos nostálgicos
sumida en la tempestad de un sueño.


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Muchos ojos de mujer son un firmamento. ¡Qué culpa tienen ellos si los hombres han perdido la facultad de vuelo o nunca la tuvieron!
Luis Franco

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Analía Pascaner

Un paseo cotidiano

Luciana deambulaba por calles desiertas. La joven sabía que nadie se asomaba en aquella hora del crepúsculo y ese día menos aún con la mansa llovizna que cubría al pueblo desde la noche anterior. Caminaba tarareando una canción, sin recibir miradas curiosas ni esquivar conversaciones inoportunas ni responder preguntas triviales. Ella ya conocía la soledad que se esparcía por las calles, por eso elegía ese momento del día para dirigirse hacia el campo de lavanda ubicado detrás de la estación de tren, como todas las tardes desde que descubriera esa magia celeste.
Sus padres habían decidido mudarse a ese pueblo para alejarla de su primer amor, para desintegrarle el dolor de la traición, para apartarla de la jungla de cemento, para arrancarle sus propios fantasmas. Sin embargo los fantasmas de la joven no poseían la forma de ese primer amor ni se hallaban escondidos en la ciudad: los demonios dibujaban su rostro reservado, humedecían sus ojos apagados, latían al mismo ritmo de su corazón desilusionado, se los palpaba en su piel desganada.
Luciana caminaba hacia el campo de lavanda como todas las tardes anteriores. Un sonido lejano acarició sus oídos. Se detuvo y cerró sus ojos disfrutando de ese sonido tan misterioso como conocido, tan ajeno como propio. Escuchó levemente el rechinar de las ruedas del tren y lo imaginó en su recorrido entre los campos y las montañas, absorbiendo plenamente cada paisaje y depositándolo en los parajes que recorría.
La joven se apresuró para llegar al terraplén y su corazón galopante la preparó para efectuar su inocente carrera cotidiana: cruzar las vías cuando el tren estuviera cerca y luego, ya desde el otro lado, observar a esa mole de hierro cortando el aire. Se detuvo en la pequeña lomada que contenía las cintas relucientes y grises, filosas y amenazadoras; su cuerpo mojado oscilaba liviano como un junco. Cerró sus ojos nuevamente y reconoció el sonido cada vez más cercano, invadiéndola, acallándola, invitándola.
Su destino se hallaba cerca: encontraría la libertad momentánea en el campo de lavanda detrás de las vías del tren. El tren se aproximaba raudamente y sus reflectores rasgaban la penumbra con insolencia. Observó con precaución: debía permanecer atenta pues en cuanto las luces se acercaran, ella daría los dos pequeños saltos que ahora la separaban de su sitio predilecto.
Sin embargo esa tarde no fue igual a todas las otras. Esa tarde sus quince años se deslucían, su sangre bullía con furia, su respiración se dificultaba, su corazón procuraba encontrar el ritmo de la inocencia, sus brazos colgaban como plomadas, sus piernas eran de acero, todo su cuerpo semejaba un pilar enclavado en ese terraplén. En ese atardecer, un dolor desconocido crecía dentro de sí, un dulce dolor se adueñaba de su existencia. La llovizna del crepúsculo mitigaba ese dolor ardiente que soportara desde que saliera de su casa.
Luciana observó al tren, sus párpados cedieron ante las luces que reventaron en diminutas partículas. Los demonios se reubicaron en su vida: el contorno preciso de su cuerpo, el recorrido exacto de sus venas, los laberintos implacables de su mente.
Supo que ése era el momento de cruzar e intentó correr. Los reflectores se acercaron, el piso rugió, las vías se sacudieron, los pastizales se agitaron y todo su cuerpo tembló. Luciana alcanzó a mirar el campo de lavanda apenas visible en ese gris atardecer. Percibió el aroma y se regocijó con el contraste de los colores. Los recuerdos de su vida se agolparon inquietos, las imágenes de su vida se sucedieron difusas. Su sangre corría más despacio y su alma despegaba de su cuerpo. Las ruedas de acero sacaron chispas a un destino que no estaba escrito pero que era inevitable. El tiempo se detuvo y sus sueños se desvanecieron en esos rieles. Sus ojos lloraron sin saber dónde mirar y el intrépido metal se hundió en su piel sellando las puertas de su vida.
A pocos metros de allí, un impertinente camino sinuoso se abría paso entre el celeste embriagante. Luciana comenzó a transitar ese sendero como si flotara, con sus ojos vivaces y su rostro sonriente; luego se apartó del camino y desapareció dentro del campo de lavandas.
En ese instante, un grito recorrió las calles solitarias del pueblo. En el cuarto de Luciana, su madre se hallaba de pie frente a la ventana abierta, observando un frasco y una jeringa tirados en el piso.
Nadie en el pueblo conoció jamás los senderos deambulados ni los aromas percibidos por Luciana. Nadie imaginó jamás las imágenes aprisionadas en la mente de Luciana. Nadie se enteró jamás cuáles fueron sus sueños adolescentes. Sólo se supo lo que la autopsia mostró.

Septiembre 2004


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La Bella Durmiente cierra los ojos pero no duerme. Está esperando al Príncipe. Y cuando lo oye acercarse, simula un sueño todavía más profundo. Nadie se lo ha dicho pero ella lo sabe. Sabe que ningún príncipe pasa junto a una mujer que tenga los ojos bien abiertos.
Marco Denevi

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lunes, 5 de marzo de 2007

Editorial

....................Pies, ¿para qué os quiero si tengo alas para volar?
.....................................................Frida Kahlo



con voz propia nº 4 - febrero 2007



Queridos amigos, lectores y colaboradores:

Agradezco a todas las personas que me acompañan. A quienes me escriben o están en silencio del otro lado de la pantalla. A quienes me incentivan y me escuchan. A los nuevos suscriptos, a quienes espero no defraudar. A quienes envían textos interesantes para compartir. A quienes se animan a leer con voz propia y a participar con su propia voz.
Nos reencontramos en marzo.
Reciban un abrazo.

Analía Pascaner


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No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta.
Mafalda (Personaje de Quino)




............................Edición y dirección: Analía Pascaner

............................San Fernando del Valle de Catamarca
............................Catamarca – Argentina



No puede evitarse el viento, pero pueden construirse molinos.
Proverbio holandés


Julio Cortázar

Instrucciones para cantar

Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.

De Historias de cronopios y de famas


Cortísimo metraje

Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto stop, tímidamente pregunta si dirección Beaune o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora, mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo cómo cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin dejar la menor impresión digital porque en este oficio no hay que descuidarse.


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Cuando se pierde la paciencia, las consecuencias son imprevisibles.
Sigmund Freud

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Charles Bukowski

bien, así es la cosa…

a veces cuando todo parece ir de mal
en peor
cuando todo conspira
y corroe
y las horas, días, semanas
años
parecen desperdiciados-
tendido sobre mi cama
en la oscuridad
mirando hacia el techo
concibo lo que muchos considerarán un
detestable pensamiento:
aún es agradable ser Bukowski.


A la puta que llevó mis poemas

Algunos dicen que debemos eliminar del poema
los remordimientos personales,
permanecer abstractos, hay cierta razón en esto, pero
¡POR DIOS!
¡Doce poemas perdidos y no tengo copias!
¡Y también te llevaste mis cuadros, los mejores!
¡Es intolerable!

¿Tratas de joderme como a los demás?
¿Por qué no te llevaste mejor mi dinero?
Usualmente lo sacan de los dormitorios y de los pantalones borrachos y enfermos en el rincón.
La próxima vez llévate mi brazo izquierdo o un billete de 50,
pero no mis poemas.

No soy Shakespeare
pero puede ser que algún día ya no escriba más,
abstractos o de los otros.
Siempre habrá dinero y putas y borrachos
hasta que caiga la última bomba,
pero como dijo Dios,
cruzándose de piernas:
veo que he creado muchos poetas pero no mucha poesía.


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El más terrible de todos los sentimientos es tener la esperanza muerta.
Federico García Lorca

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Norberto Pannone

La tarde que me visitó Borges

Tarde invernal, tediosa y de sólo tres grados de temperatura. Soplaba viento del sur y esto hacía que la sensación térmica fuera de cero grados.
La calle se hallaba desierta y los árboles de hojas caducas agitaban sus desnudos tallos como en una extraña y vegetal añoranza de tiempos mejores. Nostalgias de savia y clorofila.
Todo aquello veía desde mi ventana que daba a la calle Mitre. Desde esa habitación, mi preferida, observaba aquel paisaje invernal. Bajo la exigua luz que entraba a través del vidrio, trataba de encontrar la rima de un verso, huidiza y necesaria.
En realidad, estaba ansioso, aguardaba el auto gris.
La noche anterior me habían dicho: “Espera un auto de color gris, en él, va a llegar Borges a tu casa”.
Las horas se sucedían atormentándome con un explicable nerviosismo. Para calmarme, me decía en voz alta: “Fue sólo un sueño. Borges está muerto. Te estás volviendo loco”. Sin embargo, contrariamente a este rasgo de mi pensamiento, yo seguía observando la calle desde mi ventana, porque, aunque no pudiese probarlo, sabía que Borges iba a llegar a las 17:40.
Un auto gris se detuvo frente a mi casa. El conductor descendió del coche, abrió la puerta posterior derecha y Borges bajó del vehículo. Vestía un traje gris a rayas. Llevaba una camisa celeste y no tenía corbata… Sonó el timbre y abrí la puerta. Borges miraba sin ver, pero al oír el sonido, me saludó.
-Buenas tardes, ¿puedo entrar?
-Sí, pase, señor Borges.
Entró tras de mí, empuñando su bastón. Nos sentamos en la sala y el genial literato preguntó:
-¿Cómo era su nombre?
-Ezequiel -respondí.
-Ezequiel -repitió pensativo-. Como el profeta. ¿Es usted judío? –me preguntó de improviso.
-No, para nada. Es mi seudónimo. Lo elegí porque es breve y me ha dado suerte.
-¡La suerte! –Espetó Borges- ¡Siempre la suerte formando círculos invisibles alrededor del hombre para empujar las leyes del destino!
-No sabía que usted creyera en la suerte.
-Perdone, Ezequiel, pero, ¿leyó usted mis libros?
-Sí –Respondí azorado.
-Si los leyó, comprenderá porqué estoy aquí. ¿Por qué hoy y no ayer ni mañana? Es una suerte que estemos conversando. Usted, en verdad, es un hombre afortunado. A mí me dieron esta licencia para visitarlo hoy, pero me explicaron que no abusara. Debo volver a las veinte en punto.
-Antes que nada, Borges, ¿me va a firmar un autógrafo?
-Sí, como no.
Le extendí un papel y Borges me firmó con paciencia infinita: “Para mi amigo Ezequiel, con afecto, Jorge Luis Borges”. De pronto, sonrió y me preguntó:
-¿Sabe que estoy escribiendo un cuento?
-No lo sabía… ¿De qué se trata?
-Es un cuento extraño, aún para mí. Trata sobre un escritor desconocido que me está esperando, yo llego a su casa en un auto gris a visitarlo, él me está aguardando impaciente, pero, como ocurre siempre, en lugar de preguntarme cosas importantes, sólo me pide un autógrafo y me echa un párrafo de trivialidades… Lo extraño de todo esto es que yo realizo esa visita mucho después de mi muerte. ¿Qué opina usted de esto?
-Siempre tuve una teoría sobre este asunto: existen huecos dimensionales, a veces alguien cae en algunos de esos huecos y llega la muerte. En otras ocasiones, algunos de los que habitan el “otro lado” pasan a éste y…
-Es una teoría interesante… Lo imposible es probar que es verdad… Esto es como la vida, uno se rompe los sesos pensando qué es y cuando logra obtener alguna respuesta se da cuenta que ya está muerto. Lo cual para nada significa que los muertos sepan qué es en realidad la muerte. Se dice que la muerte es un misterio aún más insondable que la vida. Se debe uno morir varias veces para comprenderlo.
-¿Y la fama qué es, Borges?
-La fama es como la primavera que cubre los árboles, las flores y los frutos. Las flores representan el entusiasmo, los frutos la paciencia…
-¿Y las hojas?
-Las hojas son la multitud que rodean al famoso, a veces, su frondosidad no deja ver muy bien como realmente se es… ¿Qué hora es?
-Las 20:00.
-Debo irme.
-No me va a negar que es extraño.
-¿Qué es lo que le resulta extraño, Ezequiel?
-Que usted respete tanto los horarios.
-Ocurre que antes estaba vivo, pero ahora estoy muerto. Es decir, para que usted se haga una idea, muerto, significa ocupar un lugar en un tiempo exacto, ni antes, ni después… Da lo mismo morir en cualquier parte… yo morí en Ginebra.
-Adiós, Ezequiel. Escriba y lea mucho.
Esas fueron las últimas palabras de Borges. Me estrechó la mano y salió hacia la tarde fría. Ascendió al auto y se perdió en la distancia. Me quedé más solo que antes, mirando hacia la calle Mitre. El viento aún agitaba los tallos desnudos.
Recogí el autógrafo de Borges que había quedado sobre la mesa y tomando un libro de él, me senté a leer aquello que continuó diciéndome a través de la palabra escrita…


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¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?
Santiago Ramón y Cajal

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Lucas Centurión


No recuerdo los cumpleaños de mi Abuelo
ayer fue la fecha de su cumpleaños
mis viejos fueron al cementerio
yo brindé por él
pero no me acuerdo cómo eran sus cumpleaños
recuerdo miles de detalles a su lado
miles de olores de las diferentes maderas
de las plantas
y de la tierra
pero no recuerdo un solo cumpleaños suyo
recuerdo sus obsesiones con el aloe
con la miel
con el cigarrillo
y con el agua tibia del mate
su historia de la taza de café calentada al rojo vivo
del sargento que te veía a la legua
de cuando dormía abajo de la casa en Orán
y el día que vio unos surubíes gigantes
pero no lo puedo ver soplando una velita

supongo que lo estaré olvidando

pero prefiero creer que mis recuerdos con él
eran de cuando estábamos solos
los dos
tomando mate en el galpón
fumando armados
entre las virutas
las telarañas
y las partes del armario que nunca terminó



minga lo olvido

Feliz Cumpleaños.


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Despierto
sigo despierto
metido en la cama

toda la noche en la fábrica
y sigo despierto

las sábanas molestan
la ropa molesta
la luz molesta
mi respiración molesta

bajo la persiana
falta un pedazo en una esquina

prendo la tele
me desnudo
tomo un poco de té
lapsang souchong
sigo despierto

veo el noticiero
dos bebés muertos a golpes
por sus padres
500 muertos por un tsunami
el dentista Barreda queda en libertad
14 años por matar a su familia
no duermo

abajo
una cortina metálica
se abre a borbotones
taladrándome

un mosquito gira como tiburón
esperando inútilmente
lo veo aparecer y desaparecer
entre los rayos de luz que se filtran por la persiana rota
lo escucho

el chino de enfrente prende su televisor
y mira una película de artes marciales
el volumen me permite aprender su idioma desde mi cama

toda la noche queriendo estar en la cama
cabeceando violentamente
durmiéndome sentado
parado
hablando
y ahora no puedo dormir

pasan colectivos
autos
camiones
botelleros
50.000 chicos van al colegio
50.000 idiotas van al trabajo
50.000 mujeres salen a comprar comida
todos graznando
y yo
desnudo en la cama
los escucho
los imagino
los veo
los odio
y sigo despierto

el mosquito se cansó de esperar
está vampirizándome la mano que sostiene el control remoto
lo observo
un colectivo de la línea 723
está regulando hace 17 minutos
en la parada del recorrido de Aviación
justo debajo de mi ventana
claro

tengo que ir al baño
no sé para qué tomé el té

vuelvo
me acuesto
me doy vuelta
respiro hondo
tapo mi cabeza con la almohada
cierro los ojos

y sigo despierto.


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Hace muchos años vine a este país sin una moneda de cinco centavos en el bolsillo. Hoy (…) tengo una moneda de cinco centavos en el bolsillo.
Groucho Marx

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Rubén Vedolvaldi

De huérfano a desocupado

Fulano había tenido una desgracia con suerte. La suerte era que había nacido sin ombligo y se pudo ganar el pan los primeros años mostrando su panza lisa en el Gran Circo.
Pero ésa era también su desgracia, ya que Fulano no tenía ombligo porque no había nacido de madre ni tenía padre ni nada, y eso a veces le daba un poco de pena.
La gente cuchicheaba y reía:
-“Ja…ja…miren. Ahí va el que no estuvo atado a nadie”.
Cuando no soportó más las burlas, Fulano se fue a hacer una cirugía identitaria.
Le implantaron un ombligo de mona no tan lisa o de loba romana. Y antes de que le cicatrizara la intervención pudo sentir asustado que del ombligo le brotaba gente.
Primero le asomó una abnegada madre envuelta en culpa, después un padre asustado, después un amante de la madre, después una amante del padre y un tío abuelo y un vendedor de golosinas.
Y cuando le estaban por salir un hermano o una prima política, vino el dueño del Gran Circo para felicitarlo por haber tenido una mamá y un papá. Y de paso trajo un telegrama de despido, avisando que lo sentía mucho pero, ya no le podía conservar el empleo. ¡Justo ahora, que tenía toda una familia de bocas por mantener!


Viaje de ida

El primer astronauta muerto en la luna fue un negro.
Lo abandonaron desnudo en la superficie, porque no había mucho presupuesto para la aventura espacial.
Su cadáver se veía como una mancha sombría desde la Tierra, arruinando el sueño romántico de los nocturnos enamorados.
El presidente ordenó que una próxima expedición trasladara sus todavía negros restos al fondo de un cráter en lado oscuro.
Cumplida la nueva misión, en la Tierra los hombres lobos y enamorados volvieron alegremente a sus romances, nocturnos y serenatas a la luz de la luna.


M A D R E

donde sobra
es
tan terrible
como si faltase


Al mes más corto del año

es febrero
orfebre del abrazo

breve fervor la vida
brujo brebaje el aire
joven lejía el beso

lejanía el futuro
y el ayer


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Lo que más choca en la vanidad ajena es que deja tan escaso lugar para la nuestra.
Luis Franco

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Sergio Borao Llop

Morirás y otra estrella

Morirás y otra estrella
otro vendaval de luz otra quimera
ocupará tus ropas mirará con tus ojos
besará con tus labios imitará tu risa
la forma en que caminas tu tristeza...
pero ¿quién?
dime ¿quién
te soñará despacio cada noche
cuando el olvido barra las palabras?


Cuando la vida insiste poco a poco en vencernos

Cuando la vida insiste poco a poco en vencernos
y en nuestra piel desnuda clava sus negras uñas.

Cuando la pena encharca la noche interminable
y el tic-tac insufrible va llagando las almas
sin conceder la gracia de un sueño navegable.

Cuando los días nacen cubiertos de ceniza
y el húmedo rocío es tan sólo un pretexto
para hundir sus cuchillos en la quietud marchita.

Cuando la zarpa horrible del crudo desencanto
implacable se cierra en torno a la garganta.

Cuando todo converge hacia un vórtice ciego
y en el aire viciado sólo quedan palabras
que una voz clandestina pronunció en otro tiempo…

Entonces, cuando nada, cuando el otoño apenas;
entonces, cuando nadie, ni siquiera la sombra,
cuando sólo el olvido, cuando ni alba ni lluvia
ni música en el aire ni brisa, ni el reflejo
de un minuto precioso anclado en el recuerdo…

Entonces, cuando Nada, a veces hay un pájaro
cantando por nosotros; una flor que dispara
la risa de sus pétalos, una breve fragancia,
un rumor de pisadas, como un salvoconducto.


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La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.
Miguel de Unamuno

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Liliana Chávez

Vulnerable

En esta desnudez
de costura invisible,
piel por donde el cuerpo
se estremece,
siento rasgarse en mí
ese trozo
apenas hilvanado.

De la obra Camafeo, Premio Municipal Autores Inéditos 2003 – Córdoba


Cinco y veinte

Bendita idea
la de morir hoy,
cuando apenas amanece
y a nadie se le ocurre
mirar hacia el noveno.

De la plaqueta A corazón abierto – Feria del Libro 2005 - Córdoba


Círculo

El tiempo organiza un banquete que prefiero ignorar.
Nada nuevo
le será develado
a la memoria.

Hoy, es serenidad la palabra conveniente.

Aquí
agota su paso el juglar.
El cara o cruz
de las monedas.

Cada capítulo de vida ha tenido su estribillo
y en este muelle,
viendo pasar nimiedad y genio,
cuando nadie puede impedir
que mi sombra capitule,
la posibilidad maravillosa de concluir
en muerte.

De Antología Internacional Homenaje al Quijote IV Centenario, Pegaso Ediciones – Rosario, Santa Fe, 2005


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Lo que está en nuestro poder hacer, también está en nuestro poder no hacerlo.
Aristóteles de Estagira

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Harold Alvarado Tenorio

Tango

Valiente y hermoso
no pudo la muerte malgastarte.

Mis labios
te hacen inmortal:
te he amado mucho.

Sin falta recuerdo
el fulgor de tus ojos
la magnolia de tu piel
tu sonrisa de malevo
tu rítmico andar
y esa manera de engañar
que sólo en ti perdono.

No volverás,
ya lo sé.
Tampoco soy el mismo
que amaste.
El daño y las penas
han hecho de mí un despojo
y de mi alma
una errante sustancia.

Y entonces
de repente
en un café
de Alvear con Uriburu
apareces.

Te veo llegar,
me buscas
y como si nunca hubieses partido
me saludas
y sonríes desde esa eternidad
donde te amo.

Vana es la muerte
para quien sobrevive
y sigue amando.

Vana también la vida.


Llama

Con las viejas canciones
volvía a la muchacha
de la una de la tarde.

La incansable pianola
repetía un perfume de talco barato,
blusa de colegial y miradas furtivas.
Fueron tiempos donde el insaciable
no hartaba la sed del corazón.

Veinte años después, una mañana,
ese olvidado placer volvió a visitarlo.

Ahora ella tenía veinticuatro años,
hablaba una lengua que ignoraba el bolero;
era color de nieve y una inmensa espiga
coronaba su cabeza.

No se repite la historia, repitió.

Supo, no obstante, que la vida
está hecha de gestos.

Esa mañana, un aire, que venía del tiempo,
había mecido aquella cabellera
deteniéndolo todo.


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Y llegó el día en que el riesgo que representaba permanecer encerrada en el capullo era más doloroso que el riesgo de florecer.
Anaïs Nin

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